Amen crítica película

Amen cartel películaDirección: Costa-Gavras.
País: Francia.
Año: 2002.
Duración: 130 min.
Interpretación: Ulrich Tukur (Kurt Gerstein), Mathieu Kassovitz (Riccardo Fontana), Ulrich Mühe (Mengele), Ion Caramitru (Conde Fontana), Friedrich von Thun (Padre de Gerstein), Antje Schmidt (Frau Gerstein), Hanns Zischler (Grawitz), Sebatian Koch (Höss).
Guión: Costa-Gavras y Jean-Claude Grumberg; basado en el libro ‘Der strellvertreter’ de Rolf Hochhuth.
Producción: Claude Berri, Andrei Boncea y Michèle Ray-Gravras.
Música: Armand Arnar.
Fotografía: Patrick Blossier.
Montaje: Yannick Kergoat.
Diseño de producción: Ari Hantke.
Vestuario: Edith Vesperini.

Lo primero que llama nuestra atención es el cartel en el que una cruz deformada se asemeja a una esvástica. La foto es obra de Oliviero Toscani , el de las campañas de Benetton.
Amen centra su atención en la indiferencia con la que la Iglesia Católica en general y El Vaticano en particular afrontó el exterminio judío durante La Segunda Guerra Mundial. Kurt Gerstein es un científico de las SS que ve con sus propios ojos lo que se hace en un primerizo campo de exterminio donde se creman los cuerpos de los judíos. Es un privilegiado porque según le informa El Doctor y los altos mandos que le acompañan sólo una docena de personas han visto lo que él ha tenido ocasión de ver.
Ante esa tesitura hay varias opciones; coger un medio de transporte y dejar Alemania acompañado de su mujer y sus tres hijos, ser cómplice de las atrocidades cometidas por la SS, o seguir en su puesto a fin de ser testigo y poder dar testimonio de lo que se está haciendo, acumulando pruebas y documentos.

Kurt optará por esta tercera opción y así pasa de preparar productos químicos que liberan el agua de gérmenes para las tropas que guerrean en el frente, a emplear esos mismos productos para gasear judíos en tandas de 10.000 personas al día. En palabras de las SS, el extermino judío se apareja a la producción de una fábrica (de muerte en todo caso) donde los muertos eran el producto resultante, en forma de cenizas y el objetivo era que la cadena de producción funcionara a pleno rendimiento, a fin de poder matar al mayor número de personas cada día, para lo cual era menester estudiar la manera de obtener el mayor rendimiento de los hornos, reduciendo los tiempos muertos.

Kurt siente que la Iglesia Católica no puede permanecer impasible y exige de ella una voz crítica. Así irá a ver a un nuncio papal que lo despacha con cajas destempladas, pero allí está presente Riccardo Fontana, un cura con buenos contactos con el Papa Pío XII, que a raíz de lo que oye de la boca de Kurt pone todo su empeño en lograr que el Papa esté al tanto de lo que está acontenciendo, y para que pueda actúar contundentemente, está dispuesto a proporcionarle pruebas materiales, que le suministrará Kurt.

Riccardo Mientras los judíos son exterminados día a día, en El Vaticano no hay grandes cambios. La burocracia y el protocolo enlentecen cualquier iniciativa, mientras las fosas se llenan de cadáveres. El hecho de que Hitler hubiera erradicado el comunismo en Alemania y quisiera hacer lo mismo en Rusia, acabando con Stalin, le granjeó en un comienzo, una posición favorable ante el resto del mundo. Cuando llevó a cabo «la solución final«, que el «enemigo» no fuera un ejercito armado, sino un numeroso grupo de personas de la misma etnia, desarmada e indefensa, facilitó mucho la limpieza de sangre de familias enteras. La confusión de no saber qué estaba sucediendo (con los campos de concentración ubicados al este, algunos fuera de Alemania) al principio, y el miedo y la indiferencia de los alemanes después, consumaron el holocausto.

Vemos como el empeño de Kurt por manifestar lo que ve no encuentra apoyos; su padre lo llama agitador y sensiblero y sus amigos protestantes, loco y paranoico. A su mujer la mantiene siempre al margen para no hacerla sufrir.
Al Papa lo vemos alterarse únicamente cuando su residencia en Montecasino es bombardeada, más que ante culquier atrocidad cometida contra la raza judía. En todo caso su discurso decansa en la recomendación de mesura, paciencia y tranquilidad. Sólo cuando los alemanes llegan a Roma y comienzan a hacer limpieza, de judíos y conversos, llama a consultas al Embajador Alemán para llamarlo al orden y mostrar su repulsa, pero dejando la ira en segundo plano.

El sacerdote Riccardo no puede soportar lo que ve y sólo encuentra una salida a tanto dolor ajeno en su propio sacrificio, toda vez que nadie a su alrededor parece querer tomar cartas en el asunto, y ejecutar decisiones prontas y eficaces para minimizar la tragedia. Decide ponerse una cruz amarilla en su uniforme, como la de los judíos y coger el mismo tren que estos cogen a la fuerza; el tren hacia la otra vida, con billete sólo de ida. Esa muerte voluntaria, ese martirio, es su modo de protestar, de gritar ante el horror y la pasividad de sus congéneres.

Así, a películas recientes que versaron sobre el holocausto; La vida es bella, La lista de Schindler, El pianista y otras tantas, se suma Amen, con una crítica demoledora hacia la Iglesia Católica, quedando patente sus poco interés en salvar las vidas de aquellos que no confiesan su religión, aunque sean también humanos, camino del más allá.

La pasividad de los protagonistas, no puede dejarnos impasivos. Asistimos atónitos a este genocidio aparentemente velado (se decía que se les llevaba a trabajar a fábricas, si bien ninguno volvía y todo eran rumores) y cuando el número de judíos exterminados ascendía ya a tres millones, tiene lugar una cena, donde la curia y cargos políticos chuperretean sus dedos con jugo de marisco mientras Riccardo les muestra un mapa, con la ubicación de los campos de concentración, el número de exterminados en cada uno de ellos y vemos cómo ese mapa va de mano en mano, sin captar la atención de ninguno de los comensales. Esa escena es muestra inequívoca de la actitud y sensibilidad generada hacia el genocidio.

Amen es una película recomendable, cuyas dos horas de duración resultan cortas, con unos personajes magnificamente interpretados en sus papeles principales por Mathieu Kassovitz (Riccardo), Ulrich Mühe (El doctor) y en especial el gran artífice de esta sobrecogedora, necesaria, interesante y proteica película, Ulrich Tukur (Kurt).

La película en su estreno generó reticencias por su poco rigor histórico, con personajes ficticios como el de Riccardo. La figura del Papa Pio XII, adalid de los judíos se ve cuestionada. En este enlace se vierte una opinión interesante al respecto.

Ulrich Mühe | La vida de los otros

Mathieu Kassovitz | Munich | El odio | Amelie

Ulrich Tukur | La vida de los otros | Arcadia

Nuestra puntuación

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