Elefante blanco (Pablo Trapero, 2012)

Elefante Blanco

Me enfrento a la película de Pablo Trapero con los ecos de películas como Ciudad de Dios o Tropa de élite, donde el director argentino da la voz, y las armas, a los más desfavorecidos, a las miles de personas que viven hacinadas en la Villa 31, en penosas condiciones de salubridad, reducido ese espacio a un forúnculo de la ciudad de Buenos Aires. Una realidad, la que nos presenta muy crudamente, que pocas veces se ve retratada en la pantalla grande, mas presta a conformismos y complacencias de todo tipo.

Trapero echa mano de actores importantes como Ricardo Darín (Julián), secundado por Jérémie Renier (Nicolás) y por Martina Gausman (Luciana).

Julián lleva años ejerciendo como párroco en la Villa 31 y está ya cansado y enfermo. Y busca en Nicolás, su pupilo, la figura que le reemplace con su obra cuando él no esté.

Desgraciadamente la muerte (no natural) final de Julián, lo convierte en un versión actualizada del padre Múgica, otro párroco que fue martirizado, cuyo empeño fue también dar su vida por los más desfavorecidos.

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La puesta en escena es trepidante, luminosa, vivaz, pero la historia adolece de un guion más contundente, más trabajado. Esta carencia muestra las fallas de una historia, que apenas aporta nada nuevo, con un tratamiento, donde todo queda muy en la superficie, en lo anecdótico diría, un tratamiento de la podredumbre esquemático y epidérmico.

El empeño de Trapero es plausible, su película es dura, tópica, desgarradora a ratos, pero de muy corto alcance y de escaso aliento.

La escena en la que Nicolás y Luciana dan rienda suelta a su deseo, a su pasión irrefrenable, me ha resultado el momento más intenso, verosímil y vibrante de todo el film. Ese momento, esa pequeña muerte, en la que el ser humano llega a creerse inmortal, cifra los anhelos humanos en un deseo tan urgente como contingente.

Nuestra puntuación

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