Países: Reino Unido y Francia.
Año: 2005.
Género: Thriller, acción.
Interpretación: Keira Knightley (Domino Harvey), Mickey Rourke (Ed Mosbey), Edgar Ramirez (Choco), Rizwan Abbasi (Alf), Ian Ziering (él mismo), Brian Austin Green (él mismo), Christopher Walken (Mark Heiss), Mena Suvari (Kimmie), Jacqueline Bisset (Sophie Wynn), Lucy Liu (Taryn Miles), Delroy Lindo (Claremont Williams III).
Guión: Richard Kelly; basado en un argumento de Richard Kelly y Steve Barancik.
Producción: Tony Scott y Samuel Hadida.
Música: Harry Gregson-Williams
No se puede negar que Tony Scott el director de la película ha puesto toda la carne en el asador. Se sale de los cánones habituales y experimenta con los matices de las imágenes, con ralentizaciones en algunas escenas, sonido off, acelaraciones. Estos experimentos con los que Scott goza de lo lindo a mi me aburren enormemente.
Este biopic cuenta la vida de Domino Harvey, hija de una familia acomodada, que descubre que su vocación es ejercer de cazarecompensas. Para ello debe ser admitida por Mickey Rourke (Ed Mosbey) y Edgar Ramirez (Choco). En las dos horas de película vemos destellos fugaces de lo que fue la vida de esta chica, la cual murió de sobredosis, algo que se obvia en la película que cuenta con un final feliz y un «te quiero» más falso que las sonrisas de Condolezza.
Keira Knightley (me gustó mucho más en Orgullo y prejuicio), de la que estoy seguro va a seguir creciendo como actriz, en este caso es un quiero y no puedo, su interpretación tiene más de pose que de otra cosa, por culpa del plano guión que nos muestra a su personaje de forma lineal, apático, amorfo, sin calado (y eso que se supone que en esta película hemos de conocer como era Dominó, qué sentía, por qué se dedicó a una profesión tan singular, como una chica de clase bien sobrelleva esa vida).
Mickey Rourke ¿recuperado para el cine?. Si a lo que hace aquí se llama «interpretar», entonces sí que está recuperado.
Scott está más interesado en hacer que luzca bien el arsenal pirotécnico, que a modo de broche se reserva para el final (que nunca mejor dicho, es de traca) buscando el efectismo mediante la violencia gratuita, el sexo contenido (de choco y Dominó), deveniendo la película en un caos, sin orden ni concierto, de balaceras incontroladas, ríos de sangre y amputación de miembros. Y para rematar ese aire nihilista («la vida es una mierda y no vale nada, así que me es lo mismo estar aquí que criando malvas») que flota en el ambiente me irrita todavía más que los cinéfilos palomiteros que tenía a mi lado en el cine.
Si me dan a elegir de nuevo jugar esa partida de Dominó, lo tengo claro: Tururú corneta.
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