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El perfume historia de un asesino crítica película

Dirección: Tom Tykwer.
Países: Alemania, Francia y España.
Año: 2006. Duración: 147 min.
Género: Drama, thriller.
Interpretación: Ben Whishaw (Jean-Baptiste Grenouille), Alan Rickman (Antoine Richis), Rachel Hurd-Wood (Laura Richis), Dustin Hoffman (Giuseppe Baldini), Simon Chandler (mayor de Grasse),
Guión: Andrew Birkin, Bernd Eichinger y Tom Tykwer; basado en la novela «El perfume» de Patrick Süskind.
Producción: Bernd Eichinger.
Música: Tom Tykwer, Reinhold Heil y Johnny Klimek.
Fotografía: Frank Griebe Montaje: Alexander Berner.
Diseño de producción: Uli Hanisch.

Llevar a la pantalla grande un libro como El perfume, de Patrick Süskind (alcanzó fama mundial con El perfume y La paloma y otros menos conocidos como “Sobre el amor y la muerte”) no era tarea fácil (aún tengo en la memoria la pésima adaptación de La ciudad de los prodigios, por citar una). La magia del libro consistía precisamente en hacer partícipe al lector del torbellino de sensaciones que Jean-Baptiste experimentaba cuando su sentido olfativo cataba todo aquello que llegaba a su nariz. La literatura permite demorarse más en los detalles, incidir más en lo descriptivo, aportar más información sobre la personalidad de este asesino de mujeres, que el formato visual.

La película que dura más de dos horas no se hace para nada pesada, lo cual ya dice mucho a favor de su director, que logra con acierto, a través de las imágenes, plasmar como ese niño recién nacido entre inmundicias y raspas de pescado, en un nauseabundo mercado de Francia, que pronto se verá privado de su madre y de cualquier afecto, experimenta como el mundo circundante es aspirado, formando parte de su naturaleza, a través de su diminuta nariz, la cual ejercita más que cualquier otro sentido.

Lo más importante para el bebé, luego niño, adolescente y finalmente hombre, son los olores, los aromas de las plantas, de las flores, de las frutas, de las piedras húmedas de los ríos, de los quesos y embutidos de los mercados. Pero habrá algo que lo trastocará y marcará el punto de inflexión de hasta su entonces intranscendente existencia: el “aroma femenino”. Una noche, a la estela del aroma que deja una joven, Jean-Baptiste Grenouille (Ben Whishaw) como un animal tras su presa la sigue por las calles de la ciudad hasta su hogar. La joven muere asfixiada y Jean-Baptiste tiene entonces la primigenia ocasión de olisquear, como un perro, a la joven yacente. La aspira con fruición y trata de impregnarse con el aroma femenino que lo perturba, embriaga y encandila.

Ese accidental hecho, pues no entraba en los planes de Jean-Baptiste matarla, marcará el punto de inflexión, que perfilará en el horizonte su auténtica vocación, su razón para vivir. Lo suyo son los olores, los conoce todos y puede plasmar su pasión cuando Jean-Baptiste casualmente entra en contacto con el antaño, célebre perfumista Italiano Baldini, al llevar al domicilio de este unas pieles. Baldini es testigo de excepción de su propio derrumbamiento, su fama se ha evaporado, sus clientes no le responden y prefieren los perfumes de su competidor, creador del perfume de moda. El «binomio Baldini-Jean Baptiste» permitirá, que el primero recobre la fama y el relumbrón anterior y el segundo logre avanzar en su único objetivo: captar la esencia de la mujer, su aroma, para destilarlo y hacer un perfume con él.

Es un riesgo que la película no haya contado con un actor de relumbrón para dar vida al protagonista y estoy convencido de que no hubiera sido lo mismo (mucho peor) si en lugar de Ben Whishaw dando vida a Jean Baptiste hubieran optado por ejemplo por Jude Law, Tom Cruise, Matt Damon, Edward Norton. Ben Whishaw está espléndido en un ejercicio de contención, donde sus ojos y su nariz son los que hablan por él, ya que el lenguaje de las palabras le resulta extraño.

Que un ser salvaje, primitivo, de físico rudo, que viene a este mundo sobre un lecho de despojos, sin lazos afectivos, ni amigos, que desconoce lo que es el cariño, el afecto, las caricias, curtido en trabajos esclavizantes y deshumanizadores, posea un extraordinario olfato (manifestación de su extrema sensibilidad), exclusivo de las clases altas, es revolucionario. Jean-Baptiste no mata a cambio de sexo, mata porque sus víctimas son necesarias para cumplir su sueño: crear el “perfume total”.

Se recrea con tino la suciedad de las calles de ese París muy poblado, de la segunda mitad del Siglo XVIII, por cuyas calles deambulan carruajes de gente adinerada, sorteando mendigos y excrementos, donde los olores de los nardos se entremezclan con los desperdicios de los pescados y la carne putrefacta. La fotografía plasma con tonos tenebristas esa época oscura, sucia y convulsa que vive la ciudad, en contraste con la luminosidad y estallido colorista que tiene lugar en las escenas rodadas en el campo, donde es posible respirar aire limpio, o incluso no captar ningún aroma cuando Jean-Baptiste en plan anacoreta pasa unos días en una cueva, en la cual encontrará por vez primera el sosiego vital, pues ningún olor perturba su ánimo y su olfato, y por ende todo él puede descansar serenamente sobre la fría piedra.

El final, lascivo, lujurioso de tono orgiástico, de rompe y rasga, por su imprevisibilidad y acento fantástico, que rompe los cimientos de la moralidad imperante, pone el broche a una película bien narrada, con un excelente sentido del ritmo, sugerente, que te hace “olor las cosas de otra manera”. La película alienta a leer el libro.

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