País: Francia.
Año: 2006.
Duración: 91 min.
Género: Drama.
Interpretación: Adelaïde Leroux (Barbe), Samuel Boidin (Demester), Henri Cretel (Blondel), Jean-Marie Bruveart (Briche), David Poulain (Leclercq), Patrice Venant (Mordac), David Legay (teniente), Inge Decaesteker (France).
Producción ejecutiva: Muriel Merlin.
Fotografía: Yves Cape.
Montaje: Guy Lecorne.
Vestuario: Cédric Grenapin y Alexandra Charles.
Aquello era un infierno, o ¿eran ellos el infierno?. A menudo cuando los soldados van a la guerra y cometen actos actroces, a saber; disparar a niños, violar mujeres, matar civiles se justifican diciendo que aquello era un infierno donde a menudo es normal que muera gente inocente, así que ellos con sus uniformes y los dedos en los gatillos vienen a ser títeres donde las circunstancias refrendan sus macabras acciones, en un contexto bélico que parece contener todos los porqués.
Demester es un treintañero que vive en un pequeño pueblo y tiene una granja. Le gusta Barbe, amiga de la infancia y vecina, la cual se abre de piernas cada dos por tres para satisfacer la pulsión sexual del primero. A Demester le llega una carta que le informa de su llamada a filas. Irá a hacer la guerra a un país que desconoce. Le acompañará también Blondel, otro de los ligues de Barbe, así como el novio de su amiga France.
Demester deja por tanto su granja y las verdes tierras de Calais y se traslada con sus compañeros de batallón a un paraje desértico rodeado de montañas (¿Pakistán?) donde los vemos con los uniformes apatrullando un yermo paisaje con sus uniformes y sus armas. Allí, azuzados por el calor, con un sol de justicia como testigo, se ven envueltos en un frenesí de violencia y sexo. Son atacados, por la población local para quienes ellos son los invasores y esto desata sus demonios interiores, así que se les va la pinza, y disparan a todo bicho viente, sean niños, mujeres o paisanos que van en pollina. Estas acciones no quedará impunes como se verá y sólo Demester, partícipe en una violación a una muchacha, consigue regresar sano y salvo tras escapar de sus captores.
En ese sentido Flandres me recuerda a Hermanos, donde un soldado danés enviado a Irak regresaba a su hogar tras hacer algo horrible, que le atormentaría después, desestabilizando la relación con su mujer y sus hijas. La vuelta al hogar en ese caso no era fácil porque al menos el soldado tenía conciencia de lo que había hecho y había lugar para el remordimiento y el perdón.
Bruno Dumont, director de Flandres, viene a ser el niño mimado de Cannes ya que sus anteriores trabajos pasaron por este Festival y se llevaron algún premio. (La vie de Jesus o L´Humanité) No hace concesiones al espectador y las escenas son explícitas y crudas, ya sea en el campo de batalla o en los revolcones sobre las briznas de paja de la pareja protagonista.
Como animales heridos parece que sólo el amor, las caricias, un beso o un abrazo: cualquier manifestación de los cuerpos al roce, sea el bálsamo capaz de acallar todo lo demás.
Poderosas y reseñables son las interpretaciones de Adelaïde Leroux (Barbe) y Samuel Boidin (Demester), los cuales y dado los escasos diálogos de la película deben hablar con su cuerpo, con sus miradas y lágrimas.
Flandres no se ha estrenado en España, pero si tenéis ocasión de verla, hacerlo.