La historia transcurre en Santa Mónica, California, en un lugar costero, y por ende turístico, donde un joven marine, Johnny Drake, arriba, para sin ninguna pretensión caer rendido a los pies de una mujer llamada Mora. Una mujer poco común, dado que trabaja como sirena en una atracción de feria, y que atesora una belleza y sensualidad patente.
El caso es que los dos últimos novios que tuvo Mora murieron ahogados y Johnny se debate entre poner tierra por medio o jugar sus cartas, aunque el final del juego le depare como premio un traje de madera de pino californiano, esto es, que la Parca le llame a filas.
La película tiene una esencia misteriosa y paranormal que me la hace apetecible y atractiva al paladar. Los diálogos son escasos, pero eficaces y esclarecedores y momentos como los del baile conducen al paroxismo. No faltan los rituales, los sueños, las pesadillas, todo ello envuelto en un fino velo que nos hace confundir realidad y ficción.
Nada sabemos de Johnny, apenas nada de Mora (donde las habladurías y el malmeter ajeno la hacen más misteriosa si cabe). Lo único claro es que ambos se gustan y se atraen, aunque su atracción pueda ser letal. Mora puede ser una mujer o una sirena y sus cantos ser atendidos por Johnny o no.
Para salir de dudas hay que ver la película y disfrutar sus apenas 87 minutos que se pasan en un suspiro (a no ser que Morfeo te trabaje el hueso después de la comida y entonces acabes viendo la película en dos tandas, como fue mi caso).
Al joven Johnny le pone cara Dennis Hopper, a quien nunca había visto tan joven (tenía 31 primaveras), pues le vi por primera vez en la pantalla grande (Terciopelo azul), cuando la vida ya le había pasado por encima.