Dirección y guión: Mario Camus.
País: España.
Año: 2007.
Duración: 119 min.
Género: Drama.
Interpretación: Álvaro de Luna (Alfonso), Marian Aguilera (Luisa), Rodolfo Sancho (Mauri), Oscar Abad (Martín), Mari González (Nanda), Juan Margallo (Escobedo), José Manuel Cervino (Tasio), Antonio de la Torre (Ramiro), Juan del Santo (Amado Beotegui), Carlos Chamarro (Pedro).
Producción ejecutiva: Rodolfo Montero de Palacio y Nano Montero.
Música: Sebastián Mariné.
Fotografía: Hans Burman.
Montaje: José María Biurrun.
Dirección artística: Papick Lozano.
Vestuario: León Revuelta.
Mario Camus hace aquí un canto a Cantabria. Bonitas localizaciones de Comillas y del valle de Valderredible. Casas de piedra, agua de solares, montes verdes, vacas tudancas y patatas denominación de origen. En este canto a su tierra chirría un poco los acentos, dado que sin son cantabrones deben hablar como tales, y en este caso ninguno de los actores se toma la molesta de cogerle el punto al acento, si bien emplean palabras de la zona como lumia, que no se oyen fuera de esa tierruca. Una tierra que por otro lado sabemos que es Infinita y que a muchos les pone «Revilluca dixit» Después de este breve proemio pasamos a hablar de la película.
Se dan cita varias historias. Por una parte tenemos a un joven ciclista, Martín, que pedalea de lo lindo subiendo cuestas por Palombera, para gozo de Alfonso que desde una loma se maravilla ante el buen hacer sobre la bicicleta del joven, tanto como para darle una oportunidad, que Martín aprovechará. Si bien no todo es tan fácil que parece, porque la vida es como el palo de un gallinero.
Marín tiene una hermana que es asistenta social, la cual ha dejado Valderredible para ver mundo y trabaja en Comillas. Su novio, Mauri, la quiere a su lado, con la pata quebrada en casa, como mujer de su casa y no trabajando por ahí, lo que hace que Luisa ponga tierra por medio buscando cobijo en tierras alicantinas.
Mauri ve como las tierras cada vez dan menos de sí, y como deben cambiar el chip, y buscar nuevas vías de negocio si quieren subsistir, ya sea con vacas de engorde, o con cría de avestruces. El caso es no estarse quieto y buscarse la vida.
Alfonso, el ojeador de ciclistas, va una vez por semana a ver a Nanda, amiga de su madre, con la que tiene un apego especial. Nanda sabe que la va a diñar pronto y antes de eso decide darle a Alfonso unas tierras, un prado, el prado de las estrellas, el mismo que pintaba Alfonso de pequeño y cuyo folio ajado por el paso del tiempo guarda Nanda con cariño. El caso es que Nanda tiene hijos que no van a visitarla y solo quieren de ella que haga un inventario de bienes y tierras para cuando se muera poder proceder a hacer negocio inmobiliario con las mismas.
A Alfonso le ayuda en su tarea Escobedo y Tasio, uno como ex-profesional del ciclismo y el otro como catedrático retirado que le darán a Marín la preparación física y cultural precisa.
Finalmente comentar que Luisa en Comillas se aburre como una ostra y traba amistad con Ramiro con el que se besa, pero con el que no llega a haber nada serio, porque Luisa parece que no quiere que nadie le eche la soga y es un espíritu libertario, como el viento de poniente.
Las interpretaciones son notables, en especial Álvaro de Luna con una voz que da gusto oír. A veces resultan demasiado impostadas, como si estuviera sobre la tarima de un escenario en un teatro. Al igual que en la réplica Mari González. De los más jóvenes, tanto Rodolfo Sancho como Marian Aguilera están bien, pero la historia no permite lucimientos, porque prima la contención, así que las emociones se dejan fuera de plano, en una elípsis infinita.
Me ha gustado la película por su sobriedad, por el trazo hecho de un mundo ya perdido, de valores y sacrificio que Mario Camus se afana en reivindicar, con humor, como cuando Escobedo comenta que sabe infinidad de cosas que no sirven para nada, donde gente jubilada trata de mantener el honor, la dignidad y la compostura ayudando en lo que pueden a quien tienen cerca, como el caso de Marín.
A pesar de sus casi dos horas, la película sabe a poco y tanta contención no nos lleva a ninguna parte. Queda esbozado eso sí, el afán depredador de ciertos hijos incapaces de reconocer el sacrificio de sus padres para sacarlos adelante, afanados en medrar y hacerse ricos a costa de sus padres, de las tierras sin importar a quien y a cuantos pisar.