Título original. La question humaine
País: Francia.
Año: 2007. Duración: 144 min. Género: Drama.
Interpretación: Mathieu Amalric (Simon), Michael Lonsdale (Mathias Jüst), Laetitia Spigarelli (Louisa), Jean-Pierre Kalfon (Karl Rose), Valérie Dréville (Lynn Sanderson), Edith Scob (Lucy Jüst), Lou Castel (Arie Neumann), Delphine Chuillot (Isabelle), Rémy Carpentier (Jacques Paolini), Nicolas Maury (Tavera), Erwan Ribard (Miguel).
Guión: Elisabeth Perceval; a partir de la novela «La question humaine» de François Emmanuel.
Producción: Sophie Dulac y Michel Zana.
Música: Syd Matters. Fotografía: Josée Deshaies.
Montaje: Rose Marie Lausson.
Diseño de producción: Antoine Platteau. Vestuario: Dorothée Guiraud.
Era esta una de esas películas que anhelaba ver tras haber leído algunas críticas de la misma, la cual llega a nuestras pantallas después de un año de su estreno en Francia.
El protagonista de la historia es Simon, responsable de los recursos humanos de una empresa, muy eficiente en su trabajo, que vive para el mismo, siempre disponible, capaz de llevar a cabo sistemas de selección que el paso del tiempo ha confirmado como satisfactorios. Alguien al que no le tiemba el pulso a la hora de menguar la plantilla de la empresa a la mitad, tras el despido de miles de ellos.
Entre los juegos con los que Simon fomentará la motivación de los empleados de cara a un mayor rendimiento, se incluyen los juegos de rol y las raves, donde los empleados bailarán al son de músicas tecno-industriales, descompuestos por luces estrobóscopicas, que a modo de estilete seccionan sus naturalezas muertas y huecas, en pos de ese materialismo utópico que lejos de darles algo de felicidad los torna fríos y oscuros como cárceles. Esto escucha Simon de su pareja, con la cual no quiere más compromiso que algo de sexo y unos cuantos arrumacos. Una novia por otra parte muy sensible, la cual presa de la melancolía entorna los ojos cuando escucha la música (y hablando de la música, la selección resulta de lo más acertado. Es una música diegética que toca el corazón, ya sea el flamenco del cantador Miguel Poveda, como los fados, músicas ambas,que no son otras cosa que un desgarro del alma, propicia para esos que vendieron su alma al diablo. (…) una música que aparecen como un elmento radiactivo, que contamina, que produce estados físico-químicos, atmosféricos, en palabras de su director Nicolas Klotz)
Simon recibe un encargo del director adjunto, Karl Rose. Su misión será comprobar el estado mental del director general Mr. Jüst, a fin de establecer si es necesario reemplazarlo. Simon como buen subalterno no pone objeciones, aplicándose con esmero en su tarea.
Como Jüst es perro viejo, se imagina por donde van los tiros, y en una huida hacia adelante pone sobre la mesa aspectos del pasado de Rose, vinculados a la extrema derecha y a su proceder durante el exterminio de los judíos, durante La Segunda Guerra Mundial.
Ese hecho en apariencia insignificante, el aflorar del pasado ajeno, marcará el devenir de Simon, al contrastarlo con su presente.
El pasado se hermanará con el presente, para dar a luz un futuro teñido de sombras. Simon, poco a poco, irá asimilando su trabajo actual con el de esos oficiales alemanes, que limpiaban la faz de la tierra de «piezas defectuosas» que se deshacían de la “mercancía” en camiones habilitados a tal fin, todo ello bajo un lenguaje técnico, donde los judíos eran piezas, los muertos mercancías, despersonalizando la tragedia, convertido así el genocidio en un proceso industrial, revestido tal demoniaco proceder con «palabras muertas«, como bien apunta Arie, en su charla con Simon.
El pasado, lo que otros hicieron y luego ocultaron, le estallará en la cara, para que Simon, ayudado por unas cartas que recibirá en su domicilio acabe confirmando lo que ya sabía al contemplar esas chimeneas vomitando humos cenicientos, paradigma del progreso.
Con un final, donde ya no hay imágenes, solo un fundido en negro, mientras la voz del pasado va evocando a los muertos, los desaparecidos, ese trozo de historia que Simon como otros tantos han ido perpetuando a su manera, en su trabajo, con sus criterios de evaluación y rendimiento, separando los aptos de los no aptos, los sobrios de los ebrios, estos últimos piezas a reemplazar.
El elenco lo encabeza Mathieu Almaric, brillante en la piel de Simon. Tanto como lo están los actores Jean-Pierre Kalfon, Michael Lonsdale o Lou Castel, todos ellos ya con muchos años a la espalda y maestros del buen arte de la interpretación. Baste reparar un momento en la cara de Lonsdale, en cada mueca, en cada gesto, en cada músculo de su casa, espejo de un mundo en descomposición…