Países: Reino Unido, Alemania y USA.
Año: 2006. Duración: 125 min.
Género: Acción, drama, romance.
Interpretación: James Franco (Tristán), Sophia Myles (Isolda), Rufus Sewell (Lord Marke), David Patrick O’Hara (Rey Donnchadh), Henry Cavill (Melot), J.B. Blanc (Leon), Thomas Sangster (Tristán [Joven]), Jamie King (Anwick), Leo Gregory (Simon), Richard Dillane (Aragon), Wolfgang Müller (Rothgar).
Guión: Dean Georgaris.
Producción: Lisa Ellzey, Giannina Facio, Moshe Diamant y Elie Samaha.
Producción ejecutiva: Ridley Scott, Tony Scott, Jim Lemley, Frank Hübner, John Hardy y Matthew Stillman.
Música: Anne Dudley.
Fotografía: Arthur Reinhart.
Montaje: Peter Boyle.
Diseño de producción: Mark Geraghty.
Vestuario: Maurizio Millenotti
Tristán Isolda no es una película histórica sino que atiende a una leyenda, acaecida en el siglo XII, en la Isla de Gran Bretaña, donde los pueblos que la habitaban andaban a la gresca entre ellos, sin tener claro quien de entre ellos debía gobernar y asumir el liderazgo, lo que propiciaba su debilidad ante el cercano y belicoso pueblo Irlandés con el que batallaba a menudo.
La película arranca de manera prometedora con un furibundo y potente ataque de los Irlandeses que pilla a los representantes de las tribus británicas, en ese momento reunidos, desprevenidos, acabando muertos la mayoría de ellos. Lord Marke logra salvar al niño Tristán, perdiendo una mano en el lance.
Poco después vemos como Tristán, convertido en un apuesto y fornido joven, diestro con la espada, está dispuesto a vengar las muertes de sus ancestros y plantar cara a los Irlandeses. A tal fin preparan una inteligente emboscada con la que hacen correr sangre irlandesa, entre ella la del prometido de la bella Isolda, la hija del Rey Irlandés.
En el fragor de la batalla, Tristán resulta herido y envenenado. Sus compañeros viendo que no hay solución, según la tradición, lo dejan en una barca y lo lanzan al mar, para dejarlo morir en paz. La barca de Tristán llega a la costa Irlandesa donde Isolda, que tiene un diminuto refugio y está dispuesta a poner tierra de por medio y dejar a sus padres (no quiere desposarse con alguien del que no está enamorada), ve la barca encallada en la arena y luego comprueba como el joven que va sobre ella aún vive. Como Isolda, casualmente entiende de venenos y de antídotos, logra salvarlo.
El afortunado Tristán ve como una vez en el refugio, Isolda y su doncella se despelotan para hacer los tres un “emparedado asexual”, porque el joven necesita calor corporal, y nada va mejor que el roce de la piel.
El destino por tanto junta a dos jóvenes que se profesan un amor sincero, innominado, que nada entiende de tronos ni linajes. El idilio (del que uno espera mayores dosis de pasión y arrebato: “fuego que nubla el sentido”) dura poco porque Tristán debe embarcarse de nuevo a los pocos días de llegar a la costa Irlandesa, si no quiere que los Irlandeses sabedores de su existencia lo capturen.
Tristán regresará a su tierra, como un “aparecido”, que ha escapado de las fauces de la parca, al que todos daban por muerto y vagará ausente y desamparado sin el calor de su amada Isolda.
El Rey Irlandés a fin de dividir a su rivales, decide organizar un torneo del que el ganador obtendrá como recompensa, tierras y la mano de su hija. Tristán acude en representación de…y tiene la “mala fortuna” de resultar ganador. Comprobará entonces que la hija del Rey: el trofeo, no es otra que su amada Isolda. Tristán se reconcome por dentro al ver como quien yace con su amada es su mentor Lord Marke. Isolda le reprocha pronto a Tristán que ese amor furtivo que fomentan a diario, esos escarceos sexuales, no conducen a nada y que el simple hecho de caminar juntos de la mano, a la vista de todos el mundo, para ellos, será siempre un utopía.
Esta “a priori” sugerente bella historia de amor no acaba de materializarse en todo su esplendor y es el gran fallo de este film: es necesaria más entrega, mayor énfasis dramático, un amor hiperbólico, que arrase como el fuego descontrolado y desnortase a la pareja. En su lugar vemos unos tiernos achuchones, algún poema metido con calzador y unas impostadas declamaciones amorosas que en nada alteran nuestro ánimo, inmune a un amor que se muestra fofo y perezoso, en las antípodas de un apasionamiento verosímil.
La pareja protagonista no lo hace mal, en especial la bella joven que da vida a Isolda interpretada por la actriz Sophie Myles.
Algo más flojo está James Franco, como Tristán, que transmite tan poco a su personaje que éste resulta superficial, falto de carisma y empaque (de actuación mono-registro). Triste balance para un personaje legendario del cual uno espera un mayor recorrido, que debería ser una de las bazas del film.
Tristán e Isolda loa ese amor imposible, contracorriente, que va más allá de tronos y de linajes, que no entiende de pactos ni de fines políticos, sino que viene regido por los latidos de un corazón que late más fuerte al lado de la persona amada y no de la “convenida”.
El envoltorio de ese amor, es vistoso y luce bastante bien en cuanto a la preciosista fotografía, música y vestuario, aunque el cartón-piedra de algunos interiores, dentro del castillo sea muy evidente. Lo mejor, sin duda, son los escenarios naturales, esas lomas verdes y acantilados enmarcados por el mar bravío, que desnudan el espíritu humano de cualquier pretensión y dan ganas de fundirse con la naturaleza.
Tristán e Isolda, hubiera resultado más vibrante de haberse reducido algo la duración de la misma, ya que ciertos momentos resultan redundantes y torpedean el ánimo del espectador que a trancas y barrancas y gracias a un ánimo generoso logra llegar al final de la misma, para emocionarse mucho menos de lo esperado, con una película que dista mucho de ser grandiosa: alimento pues del olvido inmediato.