Dirección: Olivier Megaton.
País: Francia. Año: 2008. Duración: 100 min.
Género: Acción.
Interpretación: Jason Statham (Frank Martin), François Berléand (Tarconi), Natalya Rudakova (Valentina), Robert Knepper (Johnson), Jeroen Krabbe (Leonid Vasilev), Alex Kobold, David Atrakchi (Malcolm Manville), Yann Sundberg (Flag), Eriq Ebouaney (Ice), David Kammenos, Silvio Simac.
Guión: Luc Besson y Robert Mark Kamen.
Producción: Luc Besson y Steven Chasman. Música: Alexandre Azaria.
Fotografía: Giovanni Fiore Coltellacci.
Montaje: Camille Delamarre y Carlo Rizzo.
Diseño de producción: Patrick Durand. Vestuario: Olivier Beriot.
Está visto que la falta de ideas obliga a realizar continuos remake en Estados Unidos de películas europeas o asiáticas y a estirar las sagas hasta lo inverosímil. Una vez puesta en marcha una saga, creados los personajes, cuesta poco añadir nuevas historias, y si la primera ha tenido éxito, se presume que el espectador hará bueno eso de “más vale malo conocido que bueno por conocer” y pagará religiosamente sus 8 euros por ver una película donde salga el cachas Jason Statham repartiendo estopa a los malos y mostrando grandes dotas al volante (como ya hizo recientemente en Death Race).
El prota sigue siendo Frank, un tipo musculado y buen conductor al cual le asignan trabajillos que consisten en coger un paquete de un sitio y entregarlo en otro. En esta ocasión el paquete, tiene forma de mujer, una chica Ucraniana, aficionada a las pastillas, a la bebida, a las fiestas de Ibiza y al magreo ocasional, amante de los streaptease masculinos, vamos la joya de la corona, compañía ideal para recorrer medio Europa en coche, si bien la chica resulta bastante hermética, aunque al final acabe “abriéndose”.
La protagonista de la función se llama Valentina. Su padre es un Ministro Ucraniano al que los malos de la película quieren chantajear reteniendo a su pequeña a fin de que el Señor Ministro firme unos papeles que permitan a estos desalmados tirar 8 naves con contenedores llenos de residuos tóxicos al mar, convirtiéndolo en un vertedero aún mayor de lo que es. Hablando de mares aprovecho para recomendar el libro de John Julius Norwich, Mediterráneo, libro ameno y alimenticio como pocos.
Frank, que es todo un caballero, no quiere sobrepasarse con la chica, por mucho que esta le pida rollito, le acaricie, se le insinúe jugando con su minifalda, le pida que se despelote para ella, pero finalmente nuestro campeón, a fin de no romperle el corazón a tan tierna e inocente criatura, incapaz de admitir un no por respuesta, acceda a sus deseos y le tenga que echar un polvo, para luego ella confesarle su amor acurrucados los dos sobre una loma mientras el sol languidece en el horizonte, tras compartir juntos tantas aventuras y horas al volante.
El guión no da mucho de sí, por otro lado algo esperable habiendo visto las dos anteriores entregas, y siguiendo esta una estructura narrativa similar. Hay persecuciones de coches espectaculares, que ya son norma de la casa, como las de la saga Taxi, peleas aceleradas donde Frank demuestra que lo suyo son las artes marciales. Peleas que al ser rodadas de modo acelerado apenas se disfrutan pues pecan de los defectos de un videojuego, en el que con pretar todos los botones a la vez uno no sabe ni que diantres está haciendo, o en este caso, como espectador, viendo.
A pesar de los mandobles y de alguna que otra defunción Transporter 3 no resulta especialmente violenta, porque prima más la fisicidad, persecuciones como la que acontece con una bicicleta que son espectaculares, e incluso hay tiempo para el amor romántico, aunque a mí me parezca de chiste, casi tanto como meter por medio el tema medioambiental, como si ahora además de los yihadistas o los terroristas del Este, hubiéramos de sumar también a la lista a los Terroristas Medioambientales.
Seguro que habrá más secuelas, máxime cuando esta a pesar de no ser nada del otro mundo, un producto más de consumo rápido y olvido inmediato, supera con creces a la segunda entrega.