Me ha gustado mucho el documental del italiano Erik Gandini entre otras cosas porque el llamado milagro sueco a veces no es tal si todo se deja en manos del progreso económico y no se dan los mismos pasos en el campo humano. Lo que vemos en el documental es una sociedad sueca opulenta con ciudadanos educados desde pequeños en ser independientes que viven sobreviven con existencias tristes, solitarias, vacÃas. En el documental se ve que muchos de ellos mueren en soledad, sin nadie que reclame sus cuerpos tras el exitus. Vemos el caso de un sueco cuyo cadáver lo encuentran los servicios sociales en su apartamento un par de años después de morir. Los recibos eran puestos al cobro y atendidos religiosamente. Asà que nadie notó nada. Los vecinos como no tienen contacto entre sà no notan si alguien va o viene, si nace o muere. A pesar de que los servicios sociales y en cierta manera los suecos tienen esa cobertura lo que se ve es que cuando les llega la hora lo que echan de menos es un abrazo (aparece una comunidad de jóvenes que se reúnen para abrazarse, porque en el dÃa a dÃa son invisibles a los ojos de los demás y a la gente invisible no se le puede abrazar. Sà amigos, Suecia es asÃ), una caricia, un toque humano, que los profesionales sanitarios no ofrecen porque su trabajo se reduce simplemente a mantenerlos con vida o llegado el caso a que no sufren demasiado en su recta final.
En el documental se compara Suecia con EtiopÃa. Los dos paÃses donde según todos los datos económicos es donde mejor y peor se vive. Hay que preguntarse en qué consiste vivir bien. Vemos el caso de un doctor sueco jubilado que se ve a EtiopÃa, casado con su mujer etÃope y allá trabaja en un hospital sin medios, pero con mucho entusiasmo, allá salva vidas, hace la vida mejor de sus habitantes, y sobre todo aquellas gentes se lo reconocen, se lo agradecen, lo abrazan y lo achuchan, y para este doctor aquello le da ganas de vivir. Luego, cuando regresa a Suecia de visita sus amigos ya jubilados, se quejan de lo mal que está todo, también de la sanidad (cuando allá emplean taladros quirúrgicos de varios miles de euros y en EtiopÃa emplean los traslados que consiguen encontrar en cualquier abarroterÃa), mientras se devanan los sesos sobre qué porche poner en sus casas, si de cristal o madera y ese contraste que el doctor siente y que nosotros vemos quizás nos haga replantearnos si el modelo de los paÃses nórdicos nos es válido, si esa independencia a ultranza (vemos que las mujeres se pueden inseminar tan sencillamente como comprar en internet el semen del varón que mejor se adecúe a sus preferencias, por internet, evitando asà cualquier contacto humano mientras el número de madres solteras crece exponencialmente) es el camino o si vale más tener a alguien que te vele cuando vas a morir, para no irte completamente solo de este mundo.
Aparece Bauman, el cual murió hace poco, y nos habla de las vidas online y la offline. Bauman recela de las redes sociales pues ahà no hay contacto real, y uno sigue a los que son de su cuerda y bloquea a los que no lo son, o aquellos que incordian, o discrepan de sus ideas, de sus pensamientos. Bauman nos dice que lo dÃfifil y lo valioso es relacionarnos, tener que dialogar, cara a cara, entender la interdependencia como algo necesario. El reto como dice Gomá, lo necesario es aprender a ser libres juntos. Ahà está la clave, ser libres pero hacer las cosas juntos no fiarlo todo al ámbito estético a colmar todo lo material descuidando lo inmaterial, precisamente aquello que nos hace humanos. Lo que somos, no lo que tenemos.
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