Dirección y guión: Jorge Sánchez-Cabezudo.
País: España.
Año: 2005.
Duración: 100 min.
Género: Drama.
Interpretación: Carmelo Gómez (Esteban), Judith Diakhate (Gabi), Celso Bugallo (Amadeo), Manuel Morón (Vendedor), Mariano Alameda (Pedro), Vicente Romero (Tomás), Walter Vidarte (Amós), Cesáreo Estébanez (Cecilio), Fernando Sánchez-Cabezudo (Beni), Petra Martínez (Marta).
Producción: Enrique González Macho.
Música: Krishna Levy.
Fotografía: Ángel Iguacel.
Montaje: Pedro Ribeiro.
Dirección artística: Diego Modino y Alberto Sánchez-Cabzudo.
Vestuario: Silvia García-Bravo
La noche de los girasoles supone el debú en la dirección de Jorge Sánchez-Cabezudo que es el autor de la historia.
Sin ser una película perfecta, ni mucho menos, La noche de los girasoles, tiene una serie de elementos que la hacen recomendable, ya que nuestro cine no puede alardear precisamente de ofrecer un buen número de películas de calidad cada año.
Nos encontramos ante un «drama rural» revestido con la apariencia de «thriller«, donde varias historias independientes se van engarzando, formando un puzzle cuyo resultado, lejos de ser solo aparente, tiene cierto calado.
La película arranca con el cadáver de una mujer que aparece entre un campo de girasoles. Luego vemos a un viajante de aspiradoras con cara de vicioso que intenta sin éxito violar a una mujer de nombre Gabi, en un bosque, a las fueras de un pueblo, a la que pilla por sorpresa.
Esa violación fustrada supone el motor de la historia, la base sobre la cual se edificará todo la historia, preñada de casualidades nefastas y malentendidos, lo que hace que cada maldad lleve aparejada otra peor, como si el el hecho de empezar con mal pie, supusiera andar una senda en la que ya no hay marcha atrás.
A un pueblo de la ciudad de Ávila, llega Esteban, profesor de universidad y espeleólogo y Pedro, el fotógrafo, a fin de analizar una cueva que un lugareño ha descubierto al azar, con la idea, así expresada por el alcalde, de que lo que la cueva albergue en su interior sea algo parecido a la de Altamira y suponga un revulsivo turístico para la zona. La cueva luego jugará un papel importante en la historia.
Cuando Estebán y Pedro tras comprobar que la cueva poco o nada tiene de interés se encaminan hacia el coche, oyen voces y es cuando ven a Gabi atemorizada, sollozando, con sangre en el rostro y media desnuda. El violador, al oir las voces de sus compañeros se da a la fuga antes de su llegada.
Luego un malentendido: tomar a un hombre por otro, hace que se masque la tragedia y luego la falta de valentía y un guardia civil, Tomás, que quiere dejar el cuerpo, a su mujer y comenzar una nueva vida con una pequeña fortuna, será el usurero «genio de la lámpara» que les permitirá cumplir deseo: que lo que ha ocurrido nunca hubiera pasado. A veces las autoridades son todo menos «competentes».
Pero nos encontramos con Amadeo «el caimán», también guardia civil, suegro de Tomás que es más listo que el hambre y que huele que en la desaparición de Cecilio, un hombre que vive solo en una aldea, hay algo turbio, soterrado, que tiene que ver con Tomás y con los espeleólogos. No doy más detalles porque entonces destripo la película.
La fotografía obra de Ángel Iguacel, le da a la película el cromatismo requerido, ese revistimiento de cine negro, que alimenta este thriller.
La película hubiera tenido más fuerza y mayor impacto de haberla comprimido más, condensando la duración en los noventa minutos, pero esto un mal menor, para un película original, sugerente, que crea tensión y hace de la imprevisibilidad su aliado para conducirnos por la negra noche, mostrándonos el rostro del «infortunio», con unas buenas interpretaciones, a destacar Carmelo Gómez y Cesar Bugallo, un nuevo rostro a tener en cuenta, el de la sensual
Judith Diakhate y un director Jorge Sánchez-Cabezudo, que seguro que nos deparará grandes placeres cinéfilos en el futuro.