Cada vez parece más difÃcil encontrar una comedia española que tenga un mÃnimo de gracia e interés. Y no me negarán que la materia prima del humor es proteica. La pequeña Suiza lo intenta, pero deja bastante que desear.
En una población castellana que se siente vasca pretenden que el paÃs Vasco la reconozca como tal. Cuando esto no sucede, el azar se pone de su parte, cuando se descubre que un sepulcro de la iglesia alberga en una cripta hasta la fecha oculta, los restos del famoso Guillermo Tell. De esta forma se descubre que el pueblo, llamado TellerÃa, bien podrÃa ser otro cantón más de la Confederación Helvética, y el afán local pasa ahora porque TellerÃa sea considerado parte de Suiza. Más allá de que esta manera TellerÃa podrÃa ser considerada como un paraÃso fiscal las bromas no dan para mucho más como no sea el ponerle a algún local el atavÃo tÃpico suizo, y poblar los balcones y el pueblo de banderitas suizas.
La psicologÃa de los personajes en este tipo de producciones es lo de menos, ya que todo se fÃa al efecto que puedan tener la sucesión de gags, que tienen poca gracia.
Como no puede ser menos el amor está flotando en el ambiente y se reparte entre un joven y dos mujeres que lo pretenden: una fotógrafa y la mano derecha del alcalde. La manera que éste, el alcalde, tiene de argumentar (con el rostro de Ramón Barea) frente a los micrófonos, es el mismo espÃritu que presenta la pelÃcula: vaguedad, parquedad, irresolución.
En la nómina de actores y actrices gente conocida como Maggie Civantos a la que hace poco pudimos ver en la serie Malaka, Secun de la Rosa, Enrique Villén o Karra Elejalde, y también alguna actuación, poco más que un cameo, a cargo de Antonio Resines. No hay demasiado que interpretar y cada uno cumple como puede.
Después de ver una pelÃcula como esta, que no va más allá de ser un pasatiempo agradable, uno se plantea si estarÃa dispuesto a pagar 5-8 euros para verla en el cine, o si bien esperararÃa unos meses para verla en Netflix.