Cuando en una pareja que lleva varios años de relación, frisando ambos los cuarenta, sin que se hayan preocupado de poner medidas anticonceptiva en sus relaciones sexuales, de repente ella se quede embarazada, las setenta y dos horas que se les ofrezcan antes de proceder a la interrupción voluntaria del embarazo, harán que los dos miembros se hagan muchas preguntas y tengan que tomar decisiones importantes en el seno de la pareja, que hasta ese momento eran hipótesis, algo vago y que deben tomar cuerpo y consistencia para hacer valer las convicciones de cada uno, y por tanto, obrar en consecuencia, aunque duela, y mucho.
Durante ese breve (aunque no lo será tanto) lapso de tiempo, Lola irá calibrando a su alrededor distintos posicionamientos, ya sea de su madre o de amigas, algunas sufriendo y desesperanzadas al no lograr quedarse embarazadas.
Lo que hay en juego es ver si Lola será capaz de llevar adelante su deseo de no ser madre. Hay una escena clave en la pelÃcula, cuando Lola llega a casa y su pareja, Bruno, entre bromas y veras, da nombre al feto: Brunito. Ahà la cosa se pone seria, ya no son hipótesis, sino un hijo lo que está en camino y el aborto supone negar la imposibilidad del mismo para ambos.
Liliana plantea la pelÃcula con conocimiento y mucho sensibilidad, metiendo de cabeza al espectador en el ojo del huracán. En toda pareja hay secretos, zonas de sombra, puntos ciegos, y sobreentendidos. El embarazo de Lola hará que ese suelo que parecÃa tan firme y seguro no lo sea, para nada.