Estamos en la cárcel La modelo, en Barcelona, en 1977. Franco ha muerto el 20 de noviembre de 1975, pero la transición de una dictadura hacia un régimen democrático es un proceso lento y complejo, como veremos. En la cárcel ha ingresado Manuel, joven contable de 23 años al que han denunciado por desfalco. El recibimiento para Manuel es un buen número de porrazos, por algo tan simple como pedir una ducha, jabón y una hoja en la que denunciar su situación. Lo hacen dormir sobre una superficie en la que no hay ni siquiera una colchoneta.
Los funcionarios de prisiones siguen tomándose la justicia por su mano, impunes en su proceder y muy violentos, en seguida sacan sus cachiporras a pasear, sin que los presos para ellos tengan ningún derecho y sean escoria. Siempre hay excepciones, como el funcionario de prisiones al que apelan El Demócrata.
Manuel compartirá celda con El negro y Pino. Cada uno busca sobrevivir a su manera. Manuel no quiere dejarse doblegar. Pino, después de cuatro años en la trena solo busca aislarse, dejar que pasen los dÃas sin comprometerse con lo que sucede a su alrededor. Y lo que ocurre es que sobre la mesa hay una Ley de AmnistÃa. Los presos polÃticos sà verán la luz, pero el resto, presos comunes como Manuel o como Boni (en la cárcel por ser homosexual, bajo la Ley de vagos y maleantes que metÃa en el trullo a vagabundos, nómadas, proxenetas y más tarde, a homosexuales), no la verán.
Manuel sigue sufriendo malos tratos, palizas, vejaciones, sin que la cosa cambie a mejor a pesar de la llegada del año 78. La situación dentro de las cárceles españoles se vuelve más convulsa, los presos las incendian y amotinan, hacen valer los derechos que deberÃa otorgarles la llegada de la democracia. Pero la situación cambia demasiado lentamente y ante esa situación muchos presos solo ven una solución: fugarse, un derecho para los presos como dice Pino.
Los presos buscaron organizarse mediante la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL) contando en sus reivindicaciones con el apoyo ciudadano.
En 1979 se aprobó la Ley General Penitenciaria mejorando las condiciones de los presos, con la prohibición de malos tratos de palabra u obra a los internos, el respecto al principio de legalidad, de no discriminación, etc. Miguel Herrán como Alberto y Javier Gutiérrez como Pino están espléndidos. Son personajes muy humanos. No les hace falta hablar demasiado, porque sus caretos y en especial, sus ojos, son capaces de transmitir sus estados emocionales, sea la rabia, la impotencia, la tristeza, el desamparo, e incluso la esperanza.
Alberto RodrÃguez demuestra su maestrÃa en la dirección de actores e imprime a su pelÃcula buenas dosis de verosimilitud, con escenas no carentes de espectacularidad que le toman bien el pulso a la convulsa situación carcelaria. La banda sonora de Julio de la Rosa asimismo acreciente el dramatismo de algunas secuencias.