Director: Mateo Gil
Guión: Mateo Gil, Igor Legarreta
País: España
Año: 2006
Género: Suspense
Intérpretes: Juan José Ballesta (Tomás joven) Natalia Millán (Moira) Jordi Dauder (Tomás)
En Cuak ya he ido comentando las anteriores entregas de las “películas para no dormir” que he visto hasta la fecha. Esta es la cuarta entrega, tras La habitación del niño (Alex de la Iglesia), Para entrar a vivir (Jaume Balagueró) y La culpa (Narciso Ibáñez Serrador). Si las tres anteriores películas se desarrollaban en un inmueble, en esta ocasión la historia de Regreso a Moira, se sitúa en un pequeño pueblo, al que Tomás regresa tras haberse ido de allí, por la puerta pequeña y sin hacer ruido, hace más de cuatro décadas.
Tomás que vive en Alemania junto a su recientemente fallecida mujer, regresa al pueblo de su infancia, al recibir un sobre que contiene una carta del tarot, del que cree conocer la identidad del remitente.
Se entremezclan dos historias. Una se desarrolla en el tiempo presente, en el regreso de Tomás a casa, a sus raíces, atormentado por los recuerdos y la culpa. La otra nos habla de esos años de adolescencia en los que Tomás entró en contacto con Moira, una mujer que se instaló a las afueras del pueblo y que prontó fue objeto de habladurías por parte de las mujeres de la vecindad, tachándola de puta, bruja y de mantener incluso relaciones con el mismísimo diablo (a lo que contribuye que Moira viva sola y no eche las tardes en la iglesia rezando el rosario con sus vecinas).
El día que Tomás y sus amigos deciden ir a la casa de la “extraña vecina” a ver si lo que se dice de ella es cierto, una vez allá, éste sufre un esguince, recibiendo así los atentos cuidados de la mujer, cuya apariencia física y comportamiento bondadoso desdicen las habladurías vertidas.
Tomás sufrirá entonces el fuego del amor, las brasas del deseo, la incontrolable pulsión sexual, el corazón al galope, en sus carnes y espíritu tras la unión carnal con Moira a la que quedará inexorablemente ligado en vida y aun después de la muerte, como ella le hace saber, con sus dulces palabras en el lecho, que al joven Tomás se le antojan poesías.
A Tomás (joven) lo encarna Juan José Ballesta (7 Vírgenes, Cabeza de Perro), que trata de cambiar de registro alternando en esta ocasión un carácter más apocado al comienzo con otro más visceral y violento al final, aunque pienso que Ballesta debiera haberse esmerado más en vocalizar mejor y en trabajar su dicción, ahora que ya no es el niño de “El Bola”, ni el adolescente de “7 vírgenes” y su mayoría edad le permitirá abordar papeles más adultos.
A Moira la interpreta Natalia Millán (El Super, Cabaret), que resulta una muy buena elección, transmitiendo una gran su sensualidad y carga erótica a su personaje: esa mujer vilipendiada por todos y deseada por Tomás (la película arranca con la pareja en la cama, ella a su derecha, de espaldas, donde Tomás se recrea viendo y acariciando la estupenda figura de ella: la curva de las caderas, sus turgentes nalgas, la carne, la manzana prohibida, la expulsión del paraíso, el pecado).
Jordi Dauder es Tomás en el tiempo presente. Más que la actuación brilla su magnífica voz, propia de un actor de doblaje. A Jordi lo hemos visto en La flaqueza del bolchevique, Amor idiota, Pasos.
Dirige Mateo Gil (que antes en 1999 dirigió Nadie conoce a nadie, su próximo proyecto será adaptar la novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo), que entretiene y asusta al personal (con algún golpe de efecto que otro) con esta historia de presuntas brujas y destinos fatales, en un pueblo que asfixia tanto como los rigores veraniegos, que ahoga las diferencias, que no perdona las singularidades ni el espíritu independiente y antigregarista de quien se aparta del rebaño, con fatales consecuencias, como se barrunta desde el comienzo.
El miedo aquí es el “miedo a lo desconocido”, a lo extraño, que se repudia. Es esa manifestación del miedo lo más logrado de la película, como la escena en las que las mujeres del pueblo se dirigen con palos a la casa de Moira a cantarle las cuarenta. (análoga a la España más cerril y retrógrada que tan bien plasmó Saura en “El 7º día”). Eso sí que da miedo, porque es real y está presente en nuestra sociedad (¿de la información?), reconvertida ahora en “violencia de género”. La violencia por tanto podemos afirmar que ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Lo otro: visiones fantasmagóricas en los espejos retrovisores, sangre en las bañeras, transita por los términos más convencionales del género y su previsibilidad resta efectividad.
Otra “Película para no dormir” de calidad considerable aunque inferior a las precedentes.
Películas para no dormir críticas: Para entrar vivir | La habitación del niño | La culpa