Una aventura puede devenir en pesadilla. Esto les sucede a Quique, Clara y su hijo Lucas. En 1999 deciden ir a pasar unos días a la India y acercarse al Himalaya, al techo del mundo. Un inesperado incidente trastocará la vida de todos ellos. Cuando parece que la senda de la venganza es el camino a tomar, curiosamente, la trama tomará otra deriva, como se verá.
La fotografía de Álex Catalán es primorosa, las montañas lucen majestuosas, y los paisajes son maravillosos, aunque poco acordes con la tragedia de Quique. Si pensamos en un viaje físico y mental, o espiritual, aquí hay ambos dos, si bien la impecable factura técnica de la película, que brilla en ese aspecto, queda deslucida cuando nos centramos en la desventura de Quique. La pausa a la que se verá sometido, logrará sofocar su sed de justicia, pero también atempera el ritmo de la película que se ve sofocado hasta tal punto que corre el riesgo de morir de inacción, reviviendo en las postrimerías. Dicho esto, creo que nadie llora en la pantalla grande como lo hace Miguel Herrán que sigue creciendo como actor.
La película de Salvador Calvo muestra, en definitiva, lo peor y mejor del ser humano. También el empecinamiento del ser humano por sobrevivir, por muy aciagas que resultan las circunstancias, por muy empinada que se ponga la cuesta de la vida.