Dirección: Eric Valette.
Países: USA, Japón, Reino Unido y Alemania.
Año: 2008.Duración: 87 min. Género: Terror, thriller.
Interpretación: Shannyn Sossamon (Beth Raymond), Edward Burns (Jack Andrews), Ana Claudia Talancón (Taylor Anthony), Ray Wise (Ted Summers), Azura Skye (Leann Cole), Johnny Lewis (Brian Sousa), Jason Beghe (Ray Purvis), Margaret Cho (Mickey Lee), Meagan Good (Shelley Baum), Rhoda Griffis (Marie Layton).
Guión: Andrew Klavan; basado en la novela «Chakushin ari» de Yasushi Akimoto.
Producción: Broderick Johnson, Andrew A. Kosove, Scott Kroopf, Jennie Lew Tugend y Lauren C. Weissman.
Música: Reinhold Heil y Johnny Klimek.
Fotografía: Glen MacPherson. Montaje: Steven Mirkovich.
Diseño de producción: Laurence Bennett.
Nos encontramos ante un nuevo remake de una producción asiática. A falta de ideas originales los productores americanos han visto el cielo abierto con la producción ingente de películas de terror rodadas en Asia y cada día llegan a nuestras carteleras remake de las mismas, con cambios mínimos, más allá del marco espacial y detalles propios del sistema americano que las hagan digeribles para el homogéneo y palomitero público.
Cuando en una película de terror, quien mata no es alguien de carne y hueso, de ánimo belicoso, enarbolando un cuchillo, una sierra, o manos sarmentosas, sino un espíritu, la historia deja de interesarme ya de entrada, porque hacer pasar como posible algo que es pura fantasía hace que la historia se resienta, porque no hay por donde cogerla, ni lo que es más grave, disfrutarla.
Como “aderezzo visual”, los protagonistas son jóvenes y guapos, y las chicas que pululan por la cinta son unos bellezones, como la atractiva, Ana Claudia Talancón o la protagonista Shannyn Sossamon.
La historia va como sigue. Una estudiante está en su jardín mira su móvil y ve que tiene una llamada perdida. Activa el buzón de voz, y reconoce su voz, poco después muere, cuando al asomarse a una pequeña laguna, una mano la lleva al fondo ahogándola. La siguiente muerte sigue el mismo procedimiento. Antes de morir, el potencial difunto recibe una llamada pérdida, que no es otra cosa que un mensaje de voz, donde se le señala cual será la fecha de su muerte, en un horizonte vital de un par de días a lo máximo.
La protagonista, Beth, una vez que ve que sus amigos van estirando la pata y que la Parca va estando cada vez más próxima, se pone en contacto con Jack, un policía local, que la cree porque su hermana murió también en extrañas circunstancias y su muerte piensa que “guarda relación con el caso”. Así que los dos tratarán por todos los medios que la parca no se lleve a Beth.
Como toda investigación que se precie, el policía irá tirando del hilo, hasta que una vez deshecho el ovillo, se encuentren ante una niña huérfana, acogida por los servicios sociales, la cual presuntamente era maltratada por su madre, sumida por otra parte, en un estado de silencio.
Como todo lo que vemos y se cuenta no tiene ni pies ni cabeza, al final se trata de explicar todo lo anterior para revestirlo de cierta lógica, si bien el epílogo deja de nuevo abierta la puerta a nuevas secuelas que seguro seguirán perpetuando esta sandez.
Qué quieren que les diga, prefiero Destino Final. He de decir que no he visto la película original, pero seguro que tiene más gracia que este remake, rodado con escasa chispa, de ahí que su resultado a pesar de las máscaras y los golpes de efecto sea tan poco pavoroso como un “carnaval veneciano” con cuatro amaretto de más.