Guión y dirección: JULIO MEDEM. Intérpretes: PAZ VEGA (Lucía). TRISTÁN ULLOA (Lorenzo). NAJWA NIMRI (Elena). DANIEL FREYRE (Carlos). ELENA ANAYA (Belén). JAVIER CÁMARA (Pepe). SILVIA LLANOS (Luna). DIANA SUÁREZ (Manuela).Dirección de fotografía: KIKO DE LA RICA. Segundo operador: JOSU INCHAUSTEGI. Montaje: IVÁN ALEDO. Música: ALBERTO IGLESIAS. Dirección artística: MONTSE SANZ. Efectos especiales: MOLINA E.E. Localizaciones: Madrid y Formentera. Duración: 128 minutos
Las películas de Julio Medem son singulares y muy particulares. Es de esos directores que deja su impronta en su trabajo. Lucía y el sexo es el quinto trabajo del director. Funcionó muy bien en taquilla, mucho mejor que las cuatro anteriores (Vacas, La ardilla Roja, Tierra, Los amantes del círculo polar), quizá por que la película derrocha erotismo, (el sexo y los excesos Torrentianos, Almodovarianos o Amenabarianos llenan los cines) merced a dos actrices, Paz Vega y Elena Anaya que ponen toda la carne en el asador para acometer sin cortapisa alguna sus interpretaciones, en sendos papeles turbios, atormentados, en las que sacan de paseo sus miedos y fantasías personales.
El guión es obra de Medem y la pega que tiene es que o te metes de lleno en la historia y te crees lo que ves, o pasas de ella, y lo más seguro es que ni llegues a terminarla. El protagonista es Lorenzo, un escritor de éxito con su primera novela, que lleva tres años preparando la segunda novela, el cual una noche es abordado por Lucía, una joven que se le declara. Luego los dos deciden vivir juntos, la cosa en un principio pinta bien («me voy a morir de tanto amor» dice cuando se acuestan).
Lorenzo es un creador que está en el dique seco, hasta que a través de su amigo Pepe conoce a Belén. Lorenzo descubre que a raíz de un polvazo salvaje que echó hace unos años con una desconocida ahora es padre de una niña llamada Luna. Ya sabemos que a Medem le gustan mucho los juegos de palabras, como los nombres capicuas, Ana y Otto de los amantes del círculo polar y que es un gran escritor, como queda patente en las palabras que Ana dirige a Otto: «Voy a quedarme aquí todo el tiempo que haga falta. Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande. Y eso que las he tenido de muchas clases. Podría contar mi vida uniendo casualidades»
Saberse padre hace que Lorenzo entre en una espiral en la que no es capaz de controlar sus actos, no se quiere a sí mismo y no quiere hacer sufrir a Lucía («es mejor que no me esperes»), para acabar en coma en un hospital. Lucía entonces quiere poner tierra de por medio y se va a Formentera, alimentándose de tranquilidad y reposo. Pero como el círculo debe cerrarse, allá conoce a Elena, la cual no puede llorar más, que regenta un hospedaje, en donde se alojará Lucía y donde habita también Carlos, hombre de oscuro pasado.
Lorenzo habla de una isla que tiene dos ventajas: » la primera ventaja es que cuando el cuento llega al final no se acaba, sino que se cae por un agujero… y el cuento reaparece en la mitad del cuento. La segunda ventaja, y la más grande: que desde aquí se le puede cambiar el rumbo»
Medem rueda escenas eróticas con desparpajo, sin cortarse un pelo, así la primera hora es una sucesión de encuentros sexuales, que aumentan en intensidad cuando entra en escena Belén. Pero Lucía y el sexo, no es sólo una película erótica. Medem quiere hablar de otras cosas: el tormento que sufre un escritor cuando es incapaz de crear ante un folio en blanco, la sumisión y dependencia ligada al amor doliente, la responsabilidad de la paternidad involuntaria y desconocida, la mirada deformada que nos devuelve el espejo al mirarnos en él, la perdida de una hija…
Medem consigue que sus actores y actrices estén mejor que nunca: Paz Vega, Elena Anaya y Tristán Ulloa nunca han estado también como en esta ocasión. Destaca también la sugerente música de Alberto Iglesias, y la fotografía de Kiko de la Rica. Viendo la película dan ganas de ir a Formentera, a perderse y desconectar de todo.
«Si tú me dejas, si me das tiempo» dice Lorenzo en la película. El tiempo necesario para que las heridas cautericen, las lagrimas afloren, las cosas encajen y todo vuelva a la «normalidad».
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