Dirección: Ron Howard.
País: USA. Año: 2006.
Duración: 149 min. Género: Thriller.
Interpretación: Tom Hanks (Robert Langdon), Audrey Tautou (Sophie Neveu), Ian McKellen (Sir Leigh Teabing), Alfred Molina (Obispo Aringarosa), Jürgen Prochnow (Vernet), Paul Bettany (Silas), Jean Reno (Capitán Fache), Etienne Chicot (Teniente Collet),
Guión: Akiva Goldsman; basado en la novela de Dan Brown.
Producción: Brian Grazer y John Calley.
Producción ejecutiva: Dan Brown y Todd Hallowell.
Música: Hans Zimmer.Fotografía: Salvatore Totino.
Montaje: Dan Hanley y Mike Hill.Diseño de producción: Allan Cameron. Dirección artística: Giles
De todos los best-sellers que copan las librerías, la mayoría pertenecientes al género de la novela histórica con títulos como La cena secreta, La biblia de Barro, La hermandad de la sábana santa, Ángeles y demonios, El último Catón, El imperio de los dragones, por citar algunos, El código da Vinci ha sido el primero en ser llevado a la gran pantalla (ya hay rumores de que Angeles y Demonios del mismo autor con los Illuminati como protagonista será la próxima).
Millones de personas habían comprado el libro y otro tantos lo habran leído, así que cuando se confirmó el proyecto cinematográfico estaba claro que la película más allá de sus valores cinematográficos iba a ser un éxito en taquilla. El libro no me pareció gran cosa, su calidad literaria es ínfima pero lograba de forma muy pedrestre el objetivo de “entretener y divertir” gracias a un tema transcendental como lo es “El santo Grial”. Nada nuevo, porque ya otros libros han abordado el tema anteriormente, así que Dan Brown, sin añadir nada al respecto se ha convertido a raíz del éxito del Código da Vinci en un escritor de ventas millonarias. Todo lo que toca lo convierte en oro, como si fuera un trasunto del Rey Midas.
La inversión publicitaria cuando el estreno de la película fue bárbara, incluso los telediarios, como el de TVE, le dieron cobertura informativa durante un par de días consecutivos. (Me gustaría saber por qué unas películas son anunciadas en los telediarios a bombo platillo, una escasa minoría, y el resto pasan sin pena ni gloria, sin ninguna publicidad. Por qué los intereses económicos se anteponen al rigor informativo).
La reacción del público fue unánime y El Código da Vinci ha sido uno de los éxitos en taquilla en lo que llevamos de año. La gente ante las críticas vertidas reaccionaba a la salida de los cines replicando aquello de “pues no me ha parecido tan mala”.
Conociendo la historia y a la luz de quienes son los protagonistas y el director la película presumía que no podía ser un bodrio manifiesto. Para batacazo monumental ya tuve bastante con la reciente Alatriste, así que otro en tan corto lapso de tiempo me podía dejar en estado catatónico, pero aun así me arriesgué y decidí ver esta película.
El código da Vinci no pasará la historia del cine ni se llevará un Oscar, pretensiones que creo que nadie inmerso en el proyecto albergaba, pero cuando menos, había una historia detrás con mucha sustancia a la que con cierta habilidad se le podía sacar cierto jugo.
En su haber diré que aún durando más de dos horas la película se deja ver sin esfuerzo y que las acciones están rodadas con desenvoltura y buen sentido del ritmo (detrás no está un don nadie, sino Ron Howard director de Cinderella Man). La alternancia entre el tiempo presente y el pasado con continuos flash-backs mediante los que entendemos la historia que nos van contando (auge y caída de los templarios, el concilio de Nicea, los evangelios apócrifos, la figura de María Magdalena, la reinterpretación de la última cena) es uno de los aciertos de la película. Si bien algún flash-back como la explicación dada acerca de como dejan el avión es irrisoria y totalmente prescindible.
En su contra, la película, que adolece de una mayor intensidad, resulta bastante fría y distante, casi gélida, igual de lejana e inalcanzable como resultan los cuadros colgados de las paredes del museo del Louvre.
Ese lastre no es capaz de soltarlo la película, hasta que aparece en escena Ian McKellen (Sir Leigh Teabing) que gracias a su desparpajo insufla algo de vida a un relato hasta entonces demasiado funcional y mecanicista, entonces gracias a las conversaciones entre Robert Landgdon y Sir Leigh Teabing que suponen el meollo de la historia la historia queda desvelada y las cartas sobre la mesa.
El desvelamiento de los enigmas, que es el pilar fundamental del libro y también el leit-motiv por ende de la película, que deben afrontar Robert y Sophie, requisito “sine qua non” para que la historia no se trabe, no tiene el menor aliciente y ahí radica otro fallo garrafal del relato. Todos los enigmas se resuelven demasiado rápido sin apenas explicaciones y con muy poco entusiasmo por parte de la pareja protagonista (de ahí que resulte tan poco pasional, generando distanciamiento). Si partimos de la base de que los personajes no tienen ninguna trastienda ya que apenas se hace un esbozo de los mismos y no se pretende que los conozcamos por tanto mejor, hemos de entender pues que el peso de la historia debe recaer no ya en los diálogos y empatía hacia los protoganistas sino en la habilidad para que la historia que nos cuenta nos atrape (apenas lo consigue) y nos mantenga en vilo.
En cuanto a las interpretaciones, no tengo objecciones, queda claro que entre Robert y Sophie no va a haber ningun rollito amoroso, ni variente similar, así que los personajes hacen gala del distanciamiento antes anunciado para revestir así su comportamiento, ajeno a toda tensión sexual y unidos no por la pulsión sexual sino por el reto y el acicate que supone ir “más lejos de lo que nunca nadie antes lo había logrado”(en materia del Santo Grial, se entiende).
El continuo cambio de localizaciones, ya sea en París o en Londres, con visitas a iglesias y templos religiosos resulta estimulante visualmente pero tampoco aviva la llama del entusiasmo.
Toda la polémica generada con la película que enrabietó a la Iglesia por las acusaciones vertidas contra el Opus Dei a la que se trata de secta, no hizo otra cosa que redundar en su beneficio (tuvo más visitas en su página web que nunca) y al final todo se quedó en agua de borrajas, como queda claro al final de la película.
Paul Bettany como Silas cumple bien con ese escalofriante look albino y ojos de lagarto, pero al igual que Alfred de Molina (Obispo Aringarosa) hubieran precisado de una mayor consistencia para pasar de personajes reducidos a meras caricaturas y como tales prescindibles.
En resumen una película discreta, de cierto interés, la cual se ve beneficiada o perjudicada por la avalanca mediática previa a la misma que hace que uno llegue a su visionado con una idea ya preconcebida, contra la que es muy dificil luchar.