Dirección: Jaime Rosales.
País: España.
Año: 2003. Duración: 110 min.
Interpretación: Álex Brendemühl (Abel), Vicente Romero (Marcos), Ágata Roca (Tere), María Antonia Martínez (Madre), Pape Monsoriu (Trini), Irene Belza (Carmen), Anna Sahun (María), Isabel Rocati (Taxista), Armando Aguirre (Señor mayor).
Guión: Jaime Rosales y Enric Rufas.
Producción: Jaime Rosales y Ricard Figueras.
Fotografía: Óscar Durán.
Montaje: Nino Martínez Sosa.
Dirección artística: Leo Casamitjana
El crítico de cine Ángel Fernández-Santos escribió sobre Las horas del día, un año antes de su muerte. Recopiladas sus críticas en el libro La mirada encendida, llegó a mis manos, y de sus muchas y estupendas críticas y a resultas de su lectura, me quedé con ganas de ver esta película. No ha sido fácil dar con ella. Finalmente la encontré en la biblioteca de un pueblo del sur de Cantabria y no daba crédito al verla allí sobre la estantería. Así con el botín en el bolsillo me dispuse a verla. No habría mucho más que añadir a lo comentado por Ángel, pero como supongo que son pocos los que habrán leído su libro ahí va.
Jaume Rosales obtuvo el beneplácito de la crítica por su película La soledad, ganadora del Goya a la mejor película en 2007. Posteriormente haría el más difícil todavía con Tiro en la cabeza, una original aproximación a las vísceras del terrorismo, desde la cotidianedad, con personas que alternan sin disonancia el tomarse un txiquito en un bar, con cruzar la frontera y matar con un tiro en la nunca a unos agentes de la ley.
Las horas del día fue el debut en la dirección de Jaume. El premio a la mejor película en la Quincena realizadores del Festival de Cannes en 2003 le dio algo de popularidad, que le permitiría luego su estreno en los cines, haciéndose hueco entre otras producciones más comerciales.
Es imposible no comentar el argumento si queremos valorar la misma, así que quien lea esto se llevará un sorpresa, que de todos modos se explicita mediada la película. El protagonista es un hombre que roza los cuarenta, propietario de una tienda de ropa en horas bajas, que piensa vender y que ocasionalmente mata. No hay nada que explique por qué mata, así que todo son interrogantes que la película no despeja. Era esta la pretensión del director, dado que a los asesinatos en serie cuyos actos quedan prontamente explicados como consecuencia de malos tratos e infancias terribles, hay que sumar otros que matan por placer, por aburrimiento, gente normal y corriente, que sale de su tedio autoimpuesto matando, quizá sintiendo de esta manera que sesgando la vida de los otros, siente la suya más vívida.
La película es rara, en palabras de su propia director, no cabe encasillarla en ningún género y no se lo pone nada fácil al espectador que busque algo dinámico y divertido, porque lo que aquí se cuenta es sobrio, angustiante, aséptico, centrifugando fuera del ánimo de nuestro asesino cualquier sentimiento.
Los encuadres son estáticos, el sonido capta retazos de realidad, los personajes aparecen y desaparecen del encuadre fijo, haciendo todavía más indigesta la experiencia visual, porque Jaume parece tener claro que esta no es una película más de asesinos en serie. Aun rehuyendo de cualquier efectismo, los asesinatos son sobrecogedores; matar es fácil, pero trabajoso y hay que emplearse a fondo, hasta acabar con la vida de esas personas que tienen la desgracia de estar en el momento y en el lugar adecuado. Funcionan bien los actores en especial Brandemuhl, especialista en dotar, en este caso de escasa humanidad, sus personajes. Su hablar lento, su escaso desarrollo intelectual, su empeño en rehuir los conflictos, esconden bajo su piel un psicópata, un enfermo, capaz de soltar bombas de relojería sin pestañear, como le sucede a su amigo el del kiosko el día de su boda.
La soledad me encantó, Tiro en la cabeza me encandiló y Las horas del día me ha dejado estupefacto. Adjetivos que apenas puedo aplicar a tres películas de un mismo director. Las horas del día, es cine de autor en estado puro. Ejercicio de buen cine. Vía abierta para el conocimiento.