Título original: Mark of Cain.
Año: 2007.
Duración: 87 min.
País: Inglaterra.
Director:Marc Munden.
Guión: Tony Marchant.
Música: Ben Bartlett.
Fotografía: Matt Gray.
Reparto: Gerard Kearns, Matthew McNulty, Leo Gregory, Shaun Dooley, Shaun Dingwall, Naomi Bentley, Alistair Petrie, Brendan Coyle, Heather Craney.
Productora: Red Production Company / Channel 4 Television Corporation
Irak está muy presente en nuestras pantallas, tras la invasión de ese país por parte de los Estados Unidos. Películas como En el valle de Elah, Regreso al infierno, Redacted o La Batalla de Hadiza, se han acercado, no a la problemática del pueblo iraquí, y las consecuencias funestas de la invasión, sino centrándose en los desmanes de ciertos soldados americanos, que lejos de casa, con los cerebros recocidos, y sin tener muy clara la línea que separa el bien del mal, se entregan a actos atroces, para agredir, cuando no matar o violar a personas, cuyo único delito es toparse con ellos, o residir en esos lugares, o bien tener el pelo negro o larga barba. Cualquier excusa vale cuando se quiere cometer un crimen y uno es un criminal en potencia.
En La marca de Caín, los soldados son británicos. En 2003 un destacamento es enviado a pacificar Bassora. En principio esas serán las intenciones; poner paz y orden, en lo que parece ser un caos, tras el derrocamiento y fuga de Saddam, que luego sería atrapado y ahorcado.
Como es de esperar, la población local, no les espera con los brazos abiertos, y se muestra recelosa, al ver, como el petróleo va a parar a manos extranjeras, mientras ellos no pueden llenar los depósitos y usar sus coches para sus actividades diarias. La historia se nos cuenta a través de un grupo de soldados, y lo interesante del caso, es como gente en apariencia normal, soldados disciplinados, una vez sobre el terreno, van cometiendo auténticas barbaridades, que lejos de atormentarles, acaban viendo como algo lógico y normal, pues al fin y al cabo los detenidos son “terroristas”, si bien no tienen ninguna prueba que avale esto.
No todos los soldados son iguales en un grupo heterogéneo, y uno de ellos, el más joven, de vuelta a casa, regresa tocado. No se encuentra bien, sufre pesadillas y rememora una y otra vez lo que allí sucedió. Su madre no sabe cómo ayudarle. Los superiores que quieren pasar página, le quieren colgar el muerto y el chaval, débil por naturaleza, aparejando debilidad con conciencia, será el que acabe pagando el pato.
Asusta tanto ver lo que ciertos hombres y mujeres son capaces de hacer en una guerra, no ya matar, sino ensañarse, violar, prender fuego, humillar, rociar con excrementos, obligar a realizar actos sexuales a los presos, sino ver como luego todo lo hecho se oculta, se tapa, se obvia, con el beneplácito de las altas instancias militares, como si lo que allí sucedió, allí debe quedar y nadie debiera responder de las atrocidades cometidas, vistas estas como algo lógico en un proceso de acción-reacción, dentro de un marco de “lucha contra el terrorismo global”, que justificarían ciertas acciones militares(baste ver Guantánamo).
El toque europeo se nota. Cuando los soldados británicos regresan, no son héroes, algo que oímos hasta la saciedad en las películas bélicas americanas (abundando todas ellas en los tópicos de siempre). Tampoco necesitan los regresados que todo el mundo les reconozca sus servicios por la patria (y casi mejor porque habría que ver qué clase de servicios se han prestado). Por el contrario, algo cambia en su interior. Dejan de ser niños para convertirse en adultos, con su peculiar bautismo de fuego y sus marcas en la conciencia. Cambian sus comportamientos con sus novias, con sus familiares, y lo que antes les gustaba ahora deja de hacerlo, como los poster en la pared, de tías medio en bolas, que ya no tienen ningún sentido.
La película está extraordinariamente interpretada, lo que redunda en el resultado. Lo que vemos resulta verosímil y creíble, tanto cuando los solados patrullan por las calles de Bassora, sufren una emboscada y uno de los soldados muere, y los allí presentes, apenas pueden respirar de lo nerviosos que están (sí señores, los soldados son humanos y se acojonan como todos, otra diferencia con los soldados americanos que siempre se nos presentan como máquinas de matar), como el cambio que experimentan fuera de su casa, en la base militar, a medida que pasan los días, y lejos de tratar de entender lo que les rodea, llegan a la conclusión más sencilla: ellos son malos, todos terroristas y quieren matarnos, y nosotros somos buenos y tenemos armas y munición para defendernos. Fin de la historia.
Es triste comprobar como la única salida para un soldado atormentado, convertido en carne de cañón, es el suicidio, o la denuncia y posterior salida del ejercito (un grupo que no quiere chivatos).
Hubo un tiempo en que si alguien cometía una atrocidad y tenía un mínimo de dignidad se pegaba un tiro. Ahora no sólo no se suicidan sino que estas “figuras”, como les llaman algunos periodistas, van a una televisión a cobrar 600.000 euros. El mundo definitivamente se ha vuelto loco.
La marca de Caín, es una de las mejores películas que he visto de soldados en Irak, al mismo tiempo que se conforma como un extraordinario alegato antibelicista, sin moralinas, ni soflamas. Los hechos hablan por sí mismos, sin palabras ni lenguajes que los contaminen.