Black beach, recientemente estrenada en la plataforma Netflix, es un deslavazado thriller político de Esteban Crespo fallido. Al verla, uno tiene la certeza de que no funciona absolutamente nada. A una isla africana llega a Carlos, un español, que estuvo trabajando en la misma hace unos años. Tiene el encargo de actuar como mediador, pues al parecer un grupo rebelde ha secuestrado a un americano.
El guión es un despropósito. A Raúl Arévalo, que interpreta a Carlos se le ve totalmente descentrado. A Candela Peña, se le reserva un papel irrisorio. De fondo, los intereses de una petrolera, de Naciones Unidas, del país africano en cuestión, interesado este en que le levanten el embargo y pueda recibir las ayudas.
Entremedias tiroteos en los que la población civil muere, sin ningún miramiento. Y un Carlos que parece un gafe, pues va sembrando la destrucción y el caos allá por donde pisa. Se cierra con el cuestionamiento moral por parte de Carlos, quien no comparte todo lo que ha pasado y quiere brindarse su ración de redención y conjurar así sus malas acciones pretéritas, en un dilema propio de David contra Goliat.