Sorpresa mayúscula, para bien, la que me ha deparado el visionado de Bullhead pelÃcula belga/holandesa , que supuso el debut en la dirección de Michael R. Roskam (ahora tiene en cartelera La entrega, pelÃcula que ha cosechado muy buenas crÃticas y que reseñaré en breve), la cual compitió en los Oscar 2012 (lo ganó Nader y Simin, una separación) en la categorÃa de mejor pelÃcula de habla no inglesa.
Bullhead, o cabeza de toro, es la testa del protagonista, Jacky, quien de niño sufre una experiencia atroz, a manos de otro niño. Una experiencia que tendrá efectos inmediatos para Jacky desde ese momento y que de manera insoslayable marcará su existencia posterior, dejándole toda clase de secuelas, no sólo fÃsicas sino psÃquicas.
Lo más grandioso de la pelÃcula, con aires de thriller, además de la acertada creación de atmósferas tanto en las secuencias que tienen lugar en el interior de los inmuebles donde los mafiosos del tráfico de sustancias para el engorde del ganado, se reúnen, de cara a repartirse los canales de distribución, vulnerando cuantas leyes sean necesarias para conseguir sus fines, y de las escenas al aire libre, con inmensas praderas verdes y amarillas, donde pastan las vacas y donde el horizonte se licúa con el cielo, además de todo esto, digo, es la figura de Jacky la que resulta majestuosa en su complejidad.
Jacky hormonado desde niño ha desarrollado un volumen, una musculatura, que le da un aire bestial a su fÃsico (Matthias Schoenaerts ganó 27 kilos y mucho músculo para darle empaque a su personaje), tanto como su mirada acerada, esquiva. La apuesta del director consiste en humanizar a Jacky, en que lleguemos como espectadores a empatizar con él, siendo testigos , no pasivos, de su desgarro existencial, comulgando a su vez con su dolor y su angustia.
La pelÃcula avanza en el presente, pero vuelve al pasado para darnos algunas de las claves, para mostrarnos cómo era Jacky de niño, cómo era su familia, en qué andaban metidos todos ellos, rodeados siempre de veterinarios y farmacéuticos avispados, dispuestos a engordar las vacas con la sustancias oportunas.
La historia bebe de una historia real ocurrida en Bélgica en los 90 cuando murió tiroteado un inspector mientras indagaba acerca del tráfico de sustancias ilegales entre los ganaderos locales.
Jacky se las verá en el momento presente con su amigo de la niñez a quien no ha vuelto a ver desde su trágico suceso, el cual ahora adulto es gay, y que trata a su manera de expiar su culpa infantil, ayudando ahora a Jacky a escapar, al tiempo que trabaja como informante de la policÃa.
La historia negra criminal es un velo que está omnipresente, pero lo importante y fundamental para mà es la historia triste de Jacky, su particular tragedia griega. Verlo meterse para el cuerpo las mismas sustancias que da al ganado, aplicando jeringuillas por todo su cuerpo, me horripila, tanto como la escena con Bruno, su verdugo infantil. Encontramos a su vez algún guiño cómico que tiene que ver con la pluralidad lingüÃstica de Bélgica. La historia se sitúa en Limburg en Flandes Occidental, donde no faltan los puyazos verbales entre los flamencos y los valones (que hablan francés), además algunos personajes hablan en limburgués, dialecto del flamenco, de uso común en esa zona fronteriza sita entre Bélgica, Holanda y Alemania.
Respira la pelÃcula un halo de angustia, un vapor turbio, cuajado de sordidez, y no puede uno menos que compadecerse de Jacky, de su tragedia, de su impotencia al no poder cuidar de nadie, como ve hacer a diario a las reses con sus crÃas, la imposibilidad (no buscada) de llevar, a la postre, una vida anodina y normal como el resto, con una mujer, con unos hijos, una impotencia que a menudo solo tiene un salida, casi siempre luctuosa.
PelÃcula potente, vibrante e impactante que merece la pena ver, tanto por los espinosos temas que se abordan, como por la sutileza en los matices, en la composición del personaje, Jacky, que pasará (al menos) a la (mi) historia (personal).
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