Dirección: Jean Becker.
País: Francia.
Año: 2008. Duración: 85 min. Género: Drama.
Interpretación: Albert Dupontel (Antoine), Marie-Josée Croze (Cécile), Pierre Vaneck (padre de Antoine), Alessandra Martines (Marion), Cristiana Réali (Virginie), Mathias Mlekuz (Eric), Claire Nebout (Clara), François Marthouret (Paul), Anne Loiret (Anne-Laure), José Paul (Thinault).
Guión: Eric Assous, François D’Epenoux y Jean Becker; basado en la novela de François D’Epenoux.
Producción: Louis Becker. Música: Alain y Patrick Goraguer.
Fotografía: Arthur Cloquet. Montaje: Jacques Witta.
Dirección artística: Thérèse Ripaud.
Es habitual ver en el cine personas que un buen día se les cruza el cable, rompen con todo lo que ha sido su vida hasta ahora y como cabras se tiran al monte, o bien el vecino que va a buscar tabaco y no le volvemos a ver el pelo. Esto le sucede a un publicista de cuarenta y pico años el cual después de tres meses buscando la frase perfecta que defina el yogurt que tienen entre manos, lo manda todo a freír churros. “Es el yogurt que ha colmado el vaso”, se justificará luego ante un amigo.
Vende luego su parte en la empresa, hiere a su mujer con idea de que ésta lo ponga de patitas en la calle, insulta y agrede en su fiesta de cumpleaños a los que se consideraban sus amigos y desaparece de Francia, reapareciendo en Irlanda, donde vive su padre quien también desapareció de su vida cuando él entonces era un niño de 13 años. Ya dicen que de tal palo tal astilla.
Este afán por desaparecer quedó bien registrado en la reciente Villa Amalia, donde la protagonista tras ver a su pareja besarse con otra mujer, quiere borrar todo lo que ha sido su vida, y reinventarse en otra parte, en un lugar idílico, en la isla de Ischia.
La película guarda un as en la maga, de ahí que en su final es cuando todas las piezas del puzzle encajen, porque hasta entonces vemos que al protagonista le ha dado el cuarto de hora, que todo aquello que la buena educación y los principios éticos y morales logran retener, un buen día salta por los aires, dando rienda suelta a todo lo que se piensa de los demás, sin medir las consecuencias, como si no importan el efecto de nuestras palabras sobre los otros, de ahí que le caigan palos verbales a todo el mundo; a la suegra, a la mujer, a los hijos a los amigos, sin dejar títere con cabeza, lo que en el espectador crea sorpresa y cierto regusto, al verle hacer lo que a muchos nos gustaría de vez en cuando; cantar los cuarenta a mucha gente, dejando de bailarles el agua. Ese punto en el que dices, “paren el mundo que me bajo”. Si bien luego, la reflexión, la hipoteca, los lazos familiares y otros invisibles, nos llevan a pensarlo mejor y a dejar la cosas como están, sonreír o mirar para otro lado. Ahí reside uno de los valores de la película; el imperio de la hipocresía. Si bien por encima de todo es una bella historia de amor, una película de actores que brillan con fuerza.