Sancionando aquello de A grandes problemas grandes remedios, el director Surcoreano Ryoo Seung-wan, nos sitúa en Mogadiscio en 1991. En ese momento estalla una guerra civil y se desata el caos. Los extranjeros que viven en el país quieren poner pies en polvorosa a la mayor brevedad. En este sentido me recordaba a la película Argo.
La emocionante historia nos sitúa en las embajadas de Corea del Norte y del Sur. Las diferencias irreconciliables entre ambos países, se verán reducidas cuando al ser atacada la embajada surcoreana las personas que ahí estaban alojadas pidan amparo a la embajada norcoreana. Si al principio todo se basa en la sospecha y el miedo, a medida que vayan pasando tiempo juntos y de alguna manera conociéndose, verán que las diferencias no son reales y que son fruto de la propaganda política en la que ambos países están sumidos y que impide la reconciliación desde 1948.
Dejando de lado el conflicto somalí, aunque se cuele inevitablemente en algunas escenas, como cuando vemos a los niños guerrilleros manejando ametralladoras, o se explicita las consecuencias de la barbarie con un sinfín de cuerpos diseminados por las calles, como tienen ocasión de comprobar los coreanos cuando viajan en los coches rumbo hacia la embajada italiana, la cual está dispuesta a ayudarlos. Por tanto, lo sustancial que la película ofrece, además de unas escenas de acción espectaculares y muy bien resueltas, es la posibilidad que se brinda, en unas circunstancias que no pueden ser más aciagas, de limar las diferencias, para recibir al otro en su intimidad, más allá de las ideologías y lavados de cerebro partidistas.
No obstante, no podemos pecar de ingenuos, porque lo sucedido, no será algo definitivo y trascendental, sino más bien algo episódico, circunstancial, que debe ser olvidado y superado toda vez que los embajadores de las respectivas coreas se embarquen hacia sus lugares de destino para proseguir con sus mismas vidas de siempre.