Karen despista. Vemos a una mujer blanca en una hacienda inmensa, en un terreno soleado y reseco, acompañada por un criado negro. Son una unidad de destino, dice ella. Un personaje más se suma a la pareja, una mujer que en una velada íntima junto a Karen habla de un aborto sufrido, de su dolor.
La mujer protagonista de la película es la danesa Karen Blaxen, la autora de Memorias de África, novela escrita bajo el seudónimo masculino Isak Dinesen. Hablamos pues de un biopic, muy singular. La cámara despoja al artista de su máscara, en este caso la de escritora y la muestra desnuda, vulnerable, acuciada por la soledad, las deudas, las fiebres, contando como único apoyo con su criado, Farah Arden al que le pide que nunca la abandone. Destino, que en su caso siempre será la voluntad de Alá.
Como la película lo fía todo a los sentidos, hemos de participar en la ilusión de que Extremadura es África. No importa tanto el contexto, la muy bella puesta en escena (gran labor de Ion De Sosa en la fotografía) como la intimidad que la película necesita, un silencio determinado, un sosiego, una calma que puede resultar aniquiladora, al abrigo de los manes.
Karen es Christina Rosenvinge, ella se echa la película a la espalda y sale airosa. Su cara expresa muchos sentimientos y emociones, toda su vulnerabilidad y desamparo. Apenas vemos a Karen escribir, como si su genio creador estuviera ausente durante la película, pero sí la oímos relatar sus sueños, bien estructurados, que luego verían la luz sobre el papel.
Una película, la dirigida por María Pérez Sanz con un duración poco habitual. Apenas una hora. No está todo lo que es pero es todo lo que está. Y es mucho.
La película está disponible en Filmin.