La espera (Piero Messina)

La espera es una película italiana de 2015 dirigida por Piero Messina, ayudante de dirección de Paolo Sorrentino, inspirada en una obra teatral (La vita che ti diedi) de Luigi Pirandello. Su primera media hora resulta hermética, presa de mutismo que la lastra y del que no se sale. Comienza con un funeral, una puesta en escena que parece propia de un cuadro de Caravaggio. Allá vemos entre tinieblas el rostro de una mujer, Anna, descompuesto y ahora sin su hijo Giuseppe.

La novia del hijo, la francesa Jeanne, avisa para decir que va de camino (a Sicilia) a. De a Giuseppe y la madre le dice que venga. La historia transcurre décadas atrás (en la televisión vemos escenas de Juan Pablo II) por lo tanto la joven no dispone de redes sociales, Facebook ni nada por el estilo y su único consuelo, ya en el caserón en el que vive Anna es llamar a su novio una y otra vez al teléfono móvil sin obtener respuesta del mismo.

La pregunta que uno se hace una y otra vez es por qué la madre no le dice a su invitada que su novio está muerto. Camino de la hora la película se va abriendo, tanto como lo hacen Anna y Jeanne que comienzan a hablar y a conocerse, intercambian confidencias, recuerdos mutuos, mientras la joven pregunta una y otra vez por su novio.

Es esta tensión la que alimenta y sostiene la película, recayendo el peso de la misma en dos grandes actrices, una Juliette Binoche interpretando a la madre y Lou de Laâge a la joven. Confía mucho el director en el rostro de Binoche pues ha de ser ella capaz de transmitir todo lo que conlleva un duelo, lo que una pérdida así exige y sin que sepamos muy bien a qué carta juega, ella, a la que el amor ha hecho sufrir, y que parece querer evitarle a Jeanne un sufrimiento parejo, animándola a vivir su vida, a olvidar a Guiseppe, haciendo pasar su ausencia por el final de una relación. Pero la realidad, a menudo tozuda, se acabará imponiendo.

La película es intimista, sofisticada (se ve ahí la impronta en la selección musical, en ciertas secuencias como en las que Jeanne flota, tomada desde abajo, o los tonos grises, asépticos, o ese aura como de realidad onírica) y se ve concebida como una pieza de cámara, en la que no se buscan bellos paisajes italianos sicilianos y cuando la cámara sale del recinto de la casa encuentra el horizonte líquido de un lago o bien las calles de un pueblo por el que desfila un paso de Semana Santa que agrandará aún más si cabe el dolor de Anna, abismándola un paso más en su dolor, en la herida.

Si el comienzo es lento, pesaroso, frustrante la película luego gana mucho en profundidad a medida que avanza, no ya solo por los diálogos, que no obstante son escasos, sino por toda la expresividad y emoción que hay en un doliente rostro humano. Aquí, dos piedades.

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