Dirección y guión: Dunia Ayaso y Félix Sabroso.
País: España.
Año: 2008.
Duración: 105 min.
Género: Drama.
Interpretación: Candela Peña (Sandra), Goya Toledo (Lina), Mar Flores (Eva), Antonio de la Torre (Marcos), Jorge Calvo (Tino).
Producción ejecutiva: Koldo Zuazua y Pepe Terrescusa.
Fotografía: David Azcano.
Montaje: Ascen Archena.
Dirección artística: Javier Fernández.
Vestuario: Pepe Reyes.
Apenas llegan a nuestras pantallas películas españolas ambientadas en los años setenta u ochenta. El interés histórico lo monopolizan casi en exclusiva La Guerra Civil o la postguerra (o momentos determinados como el 2 de Mayo de 1808), luego pocas ocasiones se nos presentan de ver como el cine explicita lo que fueron, por ejemplo, los años del destape. Los años desnudos se ambienta en los años que tienen lugar tras la caída del régimen franquista, con tres mujeres con diversas aspiraciones artísticas que se ven hermanadas frente a una cámara, desnudándose ante espectadores ávidos de carne fresca tras cuatro décadas de represión en todos los sentidos, que ven en esas pieles que se orean una válvula de escape a sus ansias de libertad.
Podía haber sido la película un fresco de esos años de la transición. Un retrato concienzudo de cómo la sociedad no tenía claro cómo sería ese tránsito de la dictadura a la democracia. Cómo los que nunca habían sido monárquicos ahora sin ellos mismo saberlo hasta entonces lo eran convencidamente, mientras el conocido como Juan el Breve, se disponía a ejercer de Jefe de Estado toda vez que el Generalísimo había dejado todo atado y bien atado antes de morir.
Las tres mujeres, que no chicas, se conocen por casualidad en un casting. Cada cual con unos perfiles bien definidos.
Eva sale con un hombre casado, al que manda a freír churros hastiada de su situación, buscando una oportunidad en la villa de Madrid. Su sueño es fundar una familia. Para ello se dejará querer por El Productor, mujeriego, que se acuesta con cuantas mujeres se cruzan en su camino, las cuales ven en su figura un trampolín hacia la fama (el trampolín es pues el catre). Eva es la actriz Mar Flores.
Lina es una alta, delgada y guapa mujer que no quiere compromiso de ninguna clase. Adicta a las drogas, y al alcohol no tiene reparos en prostituirse para ganar un dinero. No quiere que nadie cuide de ella, así que la relación que entabla con Marcos el director de cine que la hizo popular, la alimenta sólo de sexo, no de cariño y proyectos comunes. No quiere depender de nadie, ni que nadie se enamora de ella, quizá sabedora de que su cuerpo es un abrigo de dos pieles: cielo e infierno, su sino un destino de sangre espesa encharcada, su morada una caja de madera.
Sandra se despelota porque ese tipo de cine lo exige. Pero ella quiere ser actriz de diálogo. Así que no le gusta decir números en lugar de frases, porque luego las doblan y sus voces no aparecen por ninguna parte. Será ella la que una vez pasen esos años desnudos, triunfe como actriz, desencantada tras su affaire con El Productor, pero endurecida, dando por bueno lo que le dice su amigo “las grandes siempre están solas”.
El cine dentro del cine nos lleva a ver unas cuantas escenas de cómo eran los rodajes de este género S, donde se sucedían los besos lésbicos, los magreos, los tocamientos erógenos, dentro de conventos, de cárceles (la típica iconografía lésbica). Pero esta no es una película erótica (basta ver los momentos en los que las tres mujeres ruedan, creando un nulo apasionamiento hacia sus andanzas sexuales, quizá porque están las tres en los huesos, y puestos a ver a una mujer desnuda, mejor que ésta tenga unas curvas derrapantes con las que descarrilar hasta perder el sentío, mujeres tipo Bellucci, Biel, Watling, Johansson. Este trío no tiene ningún morbo), porque lo que se muestra es el devenir de tres mujeres, para las cuales este género de cine, esta ocupación es un pasatiempo, una forma de ganar dinero como cualquier otra, sin que lleguen a considerarse verdaderas actrices, sabedoras de que lo que quiere su público es verlas en pelotas. Cobran por su cuerpo y cobran bien. Como le dice la madre de Sandra a su hija al ver la cantidad que esta les ofrece, su madre replica “por la mitad de ese dinero yo también me desnudo”.
Cuenta con una fotografía deliciosa obra de David Azcano, tanto en los inmuebles donde habitan las protagonistas, la casa del productor, el set de rodaje, que permite recrear convincentemente lo poco “histórico” que sale, tanto en vestuario, como en los peinados y coches de época. Las actuaciones están bien, destaca Candela y Goya Toledo, pero para mí el mejor es Antonio de la Torre, un secundario llamado a convertirse en un actor principal ya, visto que es un camaleón y se come cada plano en el que aparece.
Aún echando en falta algo más de amplitud de horizontes, ese constreñimiento de la historia en esas tres mujeres y su mundo, genera un buen caudal de sensaciones y emociones, lo cual no es poco en un cine regido por lo comercial, facturador de productos clónicos. No hablamos de una obra de arte, pero estos años desnudos, sin dejar el alma convertida en esencia permite conectar con esos personajes convertidos en personas, en chicas, mujeres, o como quieran que se les nombren.