Paul Laverty -El guionista social

En el Suplemento del Paísdel día 12 de marzo venía una entrevista muy enriquecedora del guionista Paul Laverty que transcribo.

Las historias de Paul Laverty son la pasta con la que el director británico Ken Loach ha elaborado ya seis de sus películas. De Laverty es ahora el guión de un nuevo estreno, ‘Cargo’: el infierno de la insolidaridad a bordo de un barco. Por Lola Huete Machado.

«Un barco atraca en Las Palmas con cuatro polizones muertos. El carguero transportaba cacao desde Costa de Marfil hasta Turquía (…)- ‘Esta operación ha supuesto un enorme coste para la compañía’, afirma la aseguradora (…). Al menos 32 polizones han sido hallados en puertos españoles desde 2000». La noticia se publicó el pasado 23 de febrero. Y es fácil imaginar a Paul Laverty guionista habitual de los filmes del director británico Ken Loach, con el que ha hecho, entre otros, La canción de Carla (1996), Mi nombre es Joe (1998), Pan y rosas (2000), Felices dieciséis (2002, premio al mejor guión en Cannes), Solo un beso (2004) y The wind that shakes the barley (rodada en Manda y a punto de salir del horno) sentado ante el escritorio en su casa del madrileño barrio de Lavapiés con sus ojos claros y penetrantes fijos en el diario y diciéndose: «Ahí está, de nuevo ese drama frecuente, que nadie parece querer ver».

Africanos que desean alcanzar Europa, un mundo más próspero. Nada nuevo… Pero Laverty, nacido en Calcuta hace 48 años, de madre irlandesa y padre escocés, y criado en el ambiente de Glasgow «fábricas de hierro enormes, feo aquello», le vio otra cara al asunto cuando hace más de una década se topó con una noticia similar a la mencionada: ¿cómo es que los africanos no se empeñan en llegar a bordo de grandes barcos con igual insistencia con que cruzan el Estrecho en patera o saltan la valla en Melilla o Ceuta? ¿Será que…? Polizones que son descubiertos, a los que se apresa e inmoviliza, a los que el buque está obligado a devolver a su país; polizones fantasma que el mar se traga… Y aquí paz (ni burocracia, ni retenciones, ni gastos) y después gloria.

De ahí surgió la idea para un guión que ya es estreno y se titula Cargo, el debú tanto en el género de la ficción como en el largometraje de Clive Gordon, autor de impresionantes documentales, como The unforgiving o The betrayed, sobre atrocidades contra los derechos humanos cometidas en lugares como Serbia o Rusia. «Comencé a investigar, encontré muchos más casos y me horrorizó descubrir que la razón podría ser económica: si un capitán llega con polizones a un puerto europeo, las multas son altísimas», dice Laverty, taza de café en mano, sentado en la cocina de la productora Morena Films. Este hombre podría pasar por introvertido o tímido, pero le encanta hablar, hilvanar historias, detenerse en ellas bordarlas… Bastan segundos para apreciarlo. Tantos como para adivinar, si no lo supiéramos ya, que es escocés. Parece un estibador sin cuerpo (está delgadísimo) y sin puerto, en este Madrid de la calle Fernando VI, tras despojarse del gorro de lana con el que se protege la cabeza casi desnuda.

El capitán Brookes (Peter Mullan,protagonista de otro filme de Loach, Mi nombre es Joe) y su tripulación, entre ellos el español Luis Tosar, viajan a bordo del Gull, pura chatarra marina; un carguero tan deprimente y desesperado como sus habitantes. Incluidos los fantasmas de la bodega. «Recordé un dicho marinero atribuido a Ibsen: cuando un viaje resultaba angustioso o accidentado, los navegantes se decían entre sí: ‘Llevamos un cadáver en la carga».
Un buque solo en alta mar. Marineros devastados por la brutalidad. Y una situación concreta en la que probar su ética y su moral. Eso es Cargo. «Los secretos, en especial los que nos culpan, se enconan en la conciencia… Hacemos cuanto podemos para negarlos, pero al final se abre una grieta y aparecen. Eso es lo que le pasa a Brookes», dirá luego el guionista al presentar la película al público en el festival de Sundance.
Es Laverty de piel transparente, de mirada viva, irónico, rápido en la respuesta, de risa estruendosa, futbolero (del Celtic de Glasgow, claro) y musical: nombra en un momento dado al citar a los más de mil millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares al día, al hablar de desesperanza al cantante norteamericano Woody Guthrie, a sus letras políticas por las que se pasean emigrantes, irlandeses, chinos… «Él decía eso de ‘about all a human being is, anyway, is just a hoping machine’. Todo ser humano es una máquina de esperanza… ¡Uf!, la furia y la necesidad de cambiar… Sí, se puede. Poco a poco, con amigos, vecinos, familia, sindicato, con tu manera de vivir…».

Le encantan sus hijos. Y esto se podría probar científicamente porque ambos le brotan en la conversación constantemente. Igual que entra y sale, sin citarla nunca por su nombre, la directora Icíar Bollaín, a quien llama «mi compañera» que le apoya, le corrige; que sabe de la profesión; que qué suerte, a la que conoció en 1995 en el roda-je de Tierra y libertad, donde Laverty hizo de brigadista internacional: «Pero cabrón’, le dije a Ken, ‘pero si actuar no es lo mío. Lo pasamos tan bien…»

Y le fascinan las palabras. Porque llegan al alma de la gente, dice. Por eso desea dominarlas a toda costa, en su significado real y oculto, en giros y líneas rectas… Así que el castellano es para él de efecto tan triste como pueda serlo una cebolla: sus capas son su mayor martirio privado. «Hay un nivel de comprensión y expresión que nunca alcanzas. Siempre necesitas cinco frases para expresar tu pensamiento. Es lo que llamo la ruta turística de las palabras». Las historias de Laverty son siempre políticas «algún día me encantaría hacer una comedia, sí, y escribir una novela, sí; lo haré, pero ya sabes lo que es organizarse y hacer planes con niños…»-. Tratan de conflictos sociales, del paro y sus consecuencias demoledoras, de integración o no, de racismo, de la violencia cercana, real, cotidiana, tantas veces inadvertida, soterrada y negada: «No era mi intención enfocarme en este tema. A mí mismo me sorprende a veces la violencia que se esconde en mis textos y en mis personajes. Es verdad que odio la banalización que se hace de ella en muchos filmes, eso de convertirla en algo estético, bello, romantizarla, hacerla coreografía… Lo de la slowmotion, las balas entrando en el cuerpo, ¡uf!, esa idea resulta muy peligrosa. Claro que aún peor es sacarla de su contexto…».

Cargo lo plantea. ¿Hasta dónde puede llegar uno en un momento dado? ¿Qué podría llegar a hacer él por sus hijos, por ejemplo? «Responder a eso es fácil: por los hijos, cualquiera podría hacer cualquier cosa. Más difícil es si la razón de mi violencia es que estoy sin trabajo, malhumorado, he perdido a mi pareja, hay hambre a mi alrededor… No sé. O estás inmerso en un ambiente terriblemente masculino, alcoholizado, como sucede en algunos bares en Glasgow, por ejemplo. ¿La violencia es parte del ser humano? ¿Incluso si vives en un lugar con buena arquitectura, llevas a tus niños a un buen colé, disfrutas de buena comida? No sé. Todo afecta. Por eso soy socialista. Creo que compartir nuestro talento para resolver problemas comunes es la mejor manera de vivir. Mejor al menos que acumular dinero y… Yo viví 18 meses en Los Ángeles después de Nicaragua, y fue increíble. Las casas con jardines estilo Disney… Un coreano perdido que buscaba una dirección un día, llamó a una verja y le pegaron dos tiros». Otra de sus frases en Sundance sobre Cargo: «Podemos hacer como las gaviotas, destrozarnos unos a otros, o podemos decir no y cuidarnos». Dice que es un filme complicado. Muy ambicioso. «Queríamos mostrar el barco, lo encontramos, rodamos en él de verdad en alta mar; documentar la claustrofobia, la fuerza del mar, esa solitud, ese territorio sin testigos, donde nadie te ve o te juzga por lo que haces».

Ya se ve que le preocupa a Laverty
lo que sucede en el mundo y en Escocia, en general, y en la calle, acera o bar de su barrio, en particular: «¡Uf, Lavapiés, con niños, es tan complicado…!». Por eso, naturalmente, desemboca en el tema estrella: las caricaturas sobre Mahoma que han originado protestas y muertos en países árabes donde la gente ni siquiera las ha visto. «Algo así no podría estallar si no fuera por el contexto de guerra e injusticia, de pobreza e hipocresía… Es abono para que la chispa encienda. Y la situación me re-cuerda a Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, cuando se organizan guerras entre los anchoextremistas y los estrechoextremistas, los que quieren abrir el huevo por su parte más ancha o más estrecha. ¡Uf, estás pasando hambre, pasándolo mal, y debates sobre la forma de abrir los huevos…!».

Lo que le sorprende es que lo de las caricaturas parezca más importante que lo ocurrido en Hong Kong en la pasada cumbre de la Organización Mundial del Comercio. «Eso sí que es un desastre para los pobres. Estados Unidos habla de mercado libre, todos hablamos. Se dan millones de dólares en subsidios a los granjeros y se aplasta a los campesinos del mundo». Eso también sale en Cargo. Le preguntan al polizón occidental (Daniel Bruhl, famoso por Good bye, Lenin): «¿Has pensado por qué nunca has comido una tableta de chocolate africano?». ¿Lo hemos pensado?
«Imagínate», sigue Laverty, «yo po-dría ser norteamericano». Y eso le inquieta. Por el estilo de política del Go-bierno de EE UU, más que nada. «Somos seis hermanos, la vida de mi familia fue accidentada. Muchos de mis antepasados emigraron a EE UU con la hambruna de la patata. Tengo primos hasta en Brooklyn; allí vive uno que parece que es más Bush que nadie, que cree eso de ‘somos los buenos’. ¡Uf, las circunstancias de la vida… son tan arbitrarias!».

Un ejemplo es su relación con el cine. Fue casual. Empezó en Nicaragua, donde trabajaba de abogado para una ONG: «Secuestraron a un sacerdote y nos encontramos con los de la Contra para mediar. ¡Eran chavales de 16 años! Hablabas con ellos. De la II Guerra Mundial, no sabían; de Hitler, tampoco… ¡Niños bárbaros financiados por la CÍA, niños que secuestraban niños! Una violencia extrema. Y anoche, al ver al ex embajador Negroponte en la tele, tan poderoso, tan proviolencia… Cuando lo vives de cerca no puedes olvidarlo. Recuerdo que luego encontré a ex sandi-nistas y contras trabajando juntos para paliar los efectos de la guerra, y decían: ‘Cuando matábamos, nos llegaban millones de dólares, y ahora que intentamos construir la paz, no nos dan nada».

Al regresar de Nicaragua tenía necesidad casi física de contarlo todo. «Así que mandé mi historia a varios directores. Sólo Ken se interesó. Nació La canción de Carla». Y hasta ahora. «Es verdad que él coincide con mis inquietudes, pero nunca sabes cómo vas a tra-bajar con alguien hasta que no lo haces. Él confía en mi instinto, me deja buscar historias. Yo confío en él. Es como un hombre del Renacimiento. Sabe de todo: fútbol, música, historia… Y no pontifica. Ha vivido tanto. Fascina oír-le hablar de los años sesenta, setenta, ochenta…, de ahora». Cuando no ruedan se añoran. Seis trabajos en común, uno en nevera, otro en preparación.

Todos los escritos de Laverty menos uno se han materializado en cine. «Ese uno está enterrado. Cometí errores». ¿Cuál es el secreto de un buen guión? «No hay», dice. «La historia de partida es la base, el corazón. Como en arquitectura: si los cimientos no aguan-tan, argumento, personajes, todo se de-rrumba. Me han ofrecido escribir guiones comerciales, pero no». ¿Sus obras deben tener mensaje? «No, los mensajes son para las cartas. El cine busca tener eco en sus tres dimensiones, plantear contradicciones». Para él hay sequía de buenos guiones, no sólo en España. No es experto y no quiere pontificar: «Se tiende a trabajarlos poco, a construir personajes estereotipados, a obviar el mundo del que se habla. Le pasa incluso a Woody Alien, al que respeto mucho, en Match point. Porque los ricos no son estúpidos; tienen una vida estimulante, con planes y aventuras… El estereotipo es el mayor enemigo de un buen guión».
Eso sí, cuando encuentra la historia que busca, asegura, es como un perro con hueso: «Estoy eternamente con ella, embebido; me documento, intento entender ese mundo. Escribir no es lo fundamental, sino esa preparación». Y luego, de lo imaginado, la mitad fuera… «Sí, en cine todo puede cambiar. Y no se trata sólo del presupuesto, sino de la sensibilidad del director, de encontrar el actor que encaje… Y tienes que estar preparado para renunciar a situaciones y personajes. Sucedió con Liam, en Mi nombre es Joe; se quedó ahí y luego lo recuperé. Tengo tres o cuatro voces ahí que están como llamándome, y al final tienes que sacarlas adelante».

Como muchos otros cineastas y artistas, Laverty se manifestó contra la guerra de Irak y tras los atentados del 11-M en Madrid. «Nunca lo olvidaré. Vivimos cerca de Atocha; ese día, paseando, descubrimos la famosa tienda de teléfonos. Me acuerdo de las mentiras de… ¿cómo se llamaba el portavoz del Gobierno? Recuerdo la furia de la gente, la cacerolada. Mi conexión con España es ahora más profunda. Admiro a una población que se volcó tanto. Quizá sí, quizá sea porque los españoles no tienen la violencia tan romantizada, saben que guerra representa miseria…». ¿Para cuando una historia española? «Si yo escribiera en castellano sería una tortura», se ríe. «Ni en 40 años podría». Dice que su hijo Lucas, de cinco, juega ya con expresiones y le toma el pelo. Y a Liam, de dos, le envidia: tendrá dos lenguas, dos culturas. «Me siento como los padres de esos niños de Glasgow, paquistaníes con acento local». Y sí, mira y ve mucho sobre lo que podría escribir. Pero de algún modo, Laverty aún no ha podido abandonar a sus polizones. Varios días después de esta entrevista envía un artículo de The Guardian (14 de febrero): «Siete polizones, después de ser descubiertos, fueron condenados a morir haciéndoles saltar al mar durante la noche. De algún modo, cinco lograron sobrevivir». Y pudieron contarlo

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