Hay unas películas que podemos englobar dentro de un género al que denominaremos de supervivencia.
Un montañero que debe sobrevivir en la montaña solo; aquel que se pierde en el Amazonas hasta que dos semanas después lo rescatan; el que debe sobrevivir en alta mar.
La historia verídica en la que se basa la película nos cuenta las 48 horas que pasó en la playa y en el mar sin agua ni alimento, un surfista, Álvaro, que se precipita por un acantilado, se golpea al caer, llega a tierra firme, pero a una parte de la isla poco frecuentada. La isla es Fuerteventura, la misma (a)ventura que tiene Álvaro, a pesar de verse solo hace todo lo posible por sobrevivir. En este trance la pregunta oportuna es qué le lleva a uno a luchar con uñas y dientes y a no abandonarse. Álvaro hay algunos momentos que lo pasa muy mal, pero como se siente atormentado a consecuencia de su carácter egoísta, orgulloso, que le lleva a tener una mala relación con su actual pareja, Ona, con sus padres, a los que apenas ve, se ve en la necesidad de salir de aquella situación para poner el contador a cero y darse la oportunidad de ser otro, mejor, menos tóxico.
En los momentos de bajón a Álvaro se le aparece entre visiones Ona (¿hay alguna actriz española más sensual qué Aura Garrido?) con la que mantiene conversaciones y es ese faro en la tormenta, la luz (entre cadenas) al final del túnel que le anima a continuar y a no cerrar los ojos.
A Álvaro lo interpreta un esforzado Alain Hernández, si bien resulta bastante forzado. Uno tiene la sensación de que en peliculas como está los monólogo deberían ser casi inexistente, que su cara debería hablar por él, que la soledad se manifestará a través del prístino silencio, que la espera fuera silente.
Habida cuenta de que solo hay prácticamente dos personajes en toda la película, que todo el paso recae sobre Álvaro, y que el escenario se circunscribe al acantilado, la playa y un kilómetro de mar alrededor, no deja de resultar entretenida, magro resultado, no obstante, cuando lo clave aquí sería abundar más en el papel introspectivo del superviviente, elevando el tono sobre el romo discurso, más propio de cualquier mediocre libro de autoayuda.