Una de las primeras cosas que me sorprende, para bien, son las estupendas interpretaciones de los niños protagonistas. Una familia se traslada a un barrio de Oslo. El matrimonio lo completan dos hijas. Una es Ida, de nueve años y su hermana adolescente, que sufre autismo. En el bloque de pisos conocen a otros dos niños. En un principio, las travesuras de Ida y su amigo se demuestran macabras, violentas. Poco después vemos que los niños están conectados y tienen capacidades sobrenaturales. El niño puede mover objetos con la mente y más tarde descubre que puede afectar el comportamiento de los seres humanos que le rodean. Esto en manos de un niño violento que carece de autocontrol puede tener consecuencias calamitosas, empezando por su madre.
La puesta en escena de Eskil Vogt, guionista también de la película, es sobria. La narración transcurre morosamente, sin estridencias ni efectismos, lo cual la hace si cabe más sobrecogedora, resultando asimismo imprevisible en las acciones de los niños. Lo sobrenatural sobreviene cuando la hermana autista comienza a hablar, alentada por los pensamientos de su amiga, en una suerte de ventriloquía mental.
La aséptica fotografía, la música aportando las dosis necesaria de suspense y avivando el clímax y un guion bien estructurado, da como resultado una película notable.