Dirección: Terry Gilliam.
Países: Reino Unido y Canadá.
Año: 2005.
Duración: 122 min.
Género: Drama, fantástico.
Interpretación: Jodelle Ferland (Jeliza-Rose), Jeff Bridges (Noah), Janet McTeer (Dell), Brendan Fletcher (Dickens), Jennifer Tilly (Gunhilda), Dylan Taylor (Patrick), Wendy Anderson (mujer), Sally Crooks (madre de Dell).
Guión: Tony Grisoni y Terry Gilliam; basado en la novela de Mitch Cullin.
Producción: Jeremy Thomas y Gabriella Martinelli.
Música: Mychael Danna y Jeff Danna.
Fotografía: Nicola Pecorini.
Montaje: Lesley Walker.
Diseño de producción: Jasna Stefanovic.
Dirección artística: Anastasia Masaro.
Vestuario: Mario Davignon y Delphine White.
Tideland se estrena en España, con un par de años de retraso y dada la historia y el poco riesgo que corren los distribuidores, que gustan de jugarse las perritas a caballo ganador, es comprensible. Una historia nada convencional de personajes muy peculiares. Tideland ha encendido los ánimos de los que la loan y los que la detestan. Yo me encuentro en un término medio. Guarda similitudes con de El Laberinto del Fauno, donde una niña, en este caso, Jeliza-Rose, en lugar de las hadas de Ofelia, articula su mundo merced a la literatura (Alicia en el país de las maravillas), y a las cabezas de unas muñecas con las que mantiene unos hilarantes diálogos. Su fantasía le permite filtrar la realidad, moldearla a su imaginería y salir indemne.
Por ello, la niña prepara «los picos» que Noah (Jeff Bridges) su padre se mete en vena como algo normal, como quien preparara cualquier otra medicación. De este modo la muerte de su madre, supone una celebración, ya que les permitirá a ambos atiborrarse de sus chocolatinas.
El padre y la niña huyen a una casa rodeada de trigales, donde sus únicos vecinos son la vía del tren, una cantera y una pareja formada por Dell (Janet McTeer) una taxidermista, con aspecto de bruja y su hermano Dickens (Brendan Fletcher), disminuido psíquico con una imaginación desbordante que enseguida conecta con el mundo de Jeliza-Rose. Juntos harán frente al tiburón monstruo y abrirán una puerta hacia otra vida, no necesariamente celestial.
La película para disfrutarla hay que verla como si de un cuento se tratara (al estilo de las películas de Tim Burton). Un cuento sordido, donde se atisba la necrofilia y la pedofilia, de esos «tontos besadores». Donde las drogas están presentes, también los cadáveres embalsamados. Donde hay momentos fantasiosos como la casa submarina o la caída de una cabeza de las muñecas por la madriguera. No hay que tomársela en serio. Tideland es un delirio fílmico, una montaña rusa con acelerones y caídas en picado. Una mezcla de momentos brillantes con otros prescindibles y más cargantes, barnizado todo ello con poesía de ultratumba y trenes descarrilantes.
La interpretación de la niña, Jodelle Ferland es soberbia y gracias a ella, entré en la historia, en su mundo particular, cogida de su mano, vi el mundo con sus ojos de niña, que es como hay que ver la película, ya que si se ve bajo la mirada sucia de los adultos, entonces puede resultar asqueante y desoladora. Si la ven ya me darán su parecer. De todos modos Terry Gilliam, enarbolando la bandera de la libertada creativa, ha hecho lo que le ha salido de las narices para ofrecernos algo raro, contracorriente, nada comercial y no apto para todos los paladares, lo cual no implicita que sea bueno, pero en este caso (no como me sucedió con Gerry de Gus Van Sant), una rareza que no pude digerir) lo es.
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