Dirección y guión: Jaime Rosales.
País: España.
Año: 2008.
Duración: 85 min.
Género: Drama.
Interpretación: Ion Arretxe (Ion), Iñigo Royo (Lara), Jaione Otxoa (Garbiñe), Ana Vila (Susana), Asun Arretxe (Asun), Nerea Cobreros (Ane), Iván Moreno (Alonso), Diego Gutiérrez (Maqueda), Stephanie Pecastaing (Stephanie).
Producción: José María Morales, Jaime Rosales y Jérôme Dopffer.
Fotografía: Óscar Durán.
Montaje: Nino Martínez Sosa.
Dirección artística: Ion Arretxe.
Jaume Rosales después del inesperado éxito (más a nivel de premios, Mejor Película Goya 2008, que a nivel de taquilla) cosechado con su película La Soledad, para mí una de las mejores que he visto recientemente, podía haber pergeñado otro clon de la misma, haciendo algo más comercial y muy probablemente hubiera reventado las taquillas, ya que se había labrado cierto nombre. Sin embargo Rosales es un tipo peculiar, nada acomodaticio, rehuye el éxito fácil, tiene alma independiente (sí todavía hay quien hace cine independiente de verdad en este país). Queda claro al leer sus entrevistas.
Tiro en la nuca es la película típica que consigue sacar de quicio y también de los cines a un buen número de espectadores. Más bien parece tratarse de un experimento. ¿Qué sucede si a una película al uso le quitamos el sonido (salvo el sonido ambiente; entiéndase claxon, pájaros, motor de coches, pitidos, etc..), y no nos enteramos de nada de lo qué dicen los personajes?. ¿Qué nos queda si vemos a un fulano de barbas, a lo lejos, porque las imágenes se captan con teleobjetivo, reunirse con sus amigos, reírse con ellos, tomar unas copas, magrearse con una mujer, desplazarse a Francia y asesinar a un hombre de un tiro en la nuca?.
Lo que se ve es lo que se hay, y la apuesta de Rosales, quizá consista en demostrar que todo lo ajeno al movimiento es accesorio, y prefiere desvestir de artificio verbal la película para dejarla en su esencia: una vida, la del protagonista, aparentemente normal y común como la de cualquiera de nosotros, y en medio de la rutina, un asesinato a sangre fría, para volver de nuevo sin remordimiento alguno, a la cotidianedad de los txiquitos en las tabernas, a las charlas en los parques, al retozar en los sofás.
Dejemos fuera el discurso, la mentira de la palabra y el panfleto, las excusas y justificaciones para conflictos inexistentes. Que las balas hablen por sí solas. Que un cuerpo inerte sobre el parabrisas de un auto, sólo sea eso: carne muerta asesinada.
Una sola palabra escucho en toda la película; txakurra. Lo que es lo mismo, perro en euskera, para despedir así a los que luego morirán.
Lo visto se presta a pocas interpretaciones, es inequívoco y directo, y ahí reside la fuerza del mensaje de Rosales, un mensaje sin palabras, elaborado con imágenes cogidas en la distancia, para articular la que considero la mejor película que se ha hecho sobre el terrorismo de ETA en los cuarenta años que estos pistoleros a suelto llevan matando personas.
Rosales ha abierto una nueva vía, en el género cinematográfico dedicado al terrorismo, y desde aquí le felicito. Mientras haya gente como él, el cine español seguirá vivo y los que amamos el cine tanto como la vida, tendremos una razón para vivir, la misma que muchos usan para matar(nos).
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