Hace cuatro años, once niños y su entrenador fueron de excursión a una cueva local, en Tailandia, y les pilló una fuerte tromba de agua que bloqueó la salida. Se puso en marcha una operación de rescate, aunando fuerzas a nivel global. Por una parte los lugareños, gracias al empeño de un ingeniero náutico, buscaron la manera de evitar que el agua entrase en la cueva, desviando el cauce hacia las zonas de cultivo, perdiendo los agricultores las cosechas, pero contemplando la posibilidad de que haciendo esto los niños tuviesen una oportunidad.
Un equipo de buzos y espeleólogos británicos se fueron a Tailandia para rescatar a los niños, pues estaban más acostumbrados que los buzos tailandeses a recorrer el interior de las cuevas buceando. Cuando se inician las tareas de rescate no se sabe si los críos han muerto ahogados o no. Tardarán varios días en dar con ellos. Hay ahí un elemento milagroso. El entrenador se erige como un líder y logra que los niños no pierdan la calma. Por un lado está la gesta de los buzos, incluso poniendo en marcha algo que nunca se había hecho pero cuya ejecución vino a demostrar que se trató de una idea acertada.
Lo que la película nos muestra, con un ritmo frenético, que deja al espectador al borde del ahogo es la pericia y arrojo de los buceadores, pero lo que no vemos es cómo hicieron los niños para permanecer dentro de una cueva húmeda y fría, con un espacio mínimo, sin agua ni comida, durante al menos siete días, y luego, cuando llegaron los rescatadores aún debieron pasar otros días más, cuando ya tenían el caramelo en la boca y la esperanza en los bolsillos, hasta poder finalmente estar a salvo.
Los humanos somos capaces de lo peor, y de lo mejor. Trece vidas, salvadas, demuestra lo último. El ser humano cuando quiere puede. O al menos se deja la piel para lograrlo. Y a veces, la suerte acompaña.
La película está disponible en Prime Video.