La capacidad de sorpresa del espectador ante el visionado de esta película es mínima y viene además condicionada porque no hace falta ser un lince para imaginar lo que le va a pasar a la pareja protagonista, una vez que una muñeca diabólica entre en su hogar, para hacerles pasar un infierno en la tierra.
La mujer, Mia, hace colección de muñecas y hay una que se le resiste, hasta que al final su esforzado marido, John, consigue (!en qué hora!) hacerse con la misma y comprársela a su esposa, que no cabe de gozo ante semejante presente.
La noche del regalo, una pareja de vecinos, sufren una crisis nerviosa y a punto están de acabar con nuestra pareja protagonista. La vecina antes de morir deja algo de sangre en la muñeca. Sí, amigos, de esta manera, el diablo pasa a formar parte de la muñeca, porque la pareja vecinal, para más señas, estaba practicando un rito satánico.
A partir de ese momento Mia las pasará putas, para entendernos. Su marido es médico y por tanto no le ve el pelo, al pasar éste todo el santo día en el hospital. Además Mía está embarazada y con el ataque de los vecinos satánicos, cuchillada incluida, a un tris está de abortar. Tras ese espantoso acontecimiento deciden mudarse de casa. ¿Se solucionarán así todos sus males?. No.
La muñeca, la cual había ido a parar a un contenedor, aparece milagrosamente, en el fondo de una caja, cuando hacen la mudanza. La pesadilla, pues, sigue. Y cuando tengan al niño, Mía sufrirá por ella y por su retoño, en un inmueble que resulta muy bonito, rococó, con un vestíbulo muy elegante, pero que a su vez está dotado de todos esos elementos que acojonarían al más templado: ascensores añosos cuyos botones no atienden a nuestra petición, luces tremolantes que fallan cuando más las necesitamos prendidas, calderas y calefactores que emiten ruidos quejumbrosos y fantasmales, y sótanos tenebrosos y espectrales a los que no bajaría uno ni por todo el oro del mundo.
Pasan a formar parte y enriquecer la historia un cura, que ve todo aquello como algo tan sencillo de explicar cómo que la muñeca es diabólica, y decide llevársela del hogar para exorcizarla y una mujer negra, que tiene una librería y está llamada a cumplir un gran sacrificio catártico, como se verá (si lográis acabarla y no os vais por la pata abajo antes de su conclusión).
La cara de la muñeca acojona, sí, cuando Mía baja al sotano y no puede subir, la escena chorrea adrenalina, pero salvo ese par de detalles, el resto es tan manido y convencional que se da la paradoja que al tiempo que ves la película, te aterrorizas y te duermes al mismo tiempo, y mientras siesteas y cabeceas, ves muñecas diabólicas que se parecen mucho a las de la pantalla.
Si vais al cine a verla, no hagáis como en Francia y la liéis parda. Ser buenos y ejemplares, por amor de Dios, que para conductas diabólicas ya está la muñeca de marras.