Dirección: Clint Eastwood.
País: USA.
Año: 2006.
Duración: 132 min.
Género: Drama, bélico.
Interpretación: Ryan Phillippe (John ‘Doc’ Bradley), Jesse Bradford (Rene Gagnon), Adam Beach (Ira Hayes), Barry Pepper (Mike Strank), John Benjamin Hickey (Keyes Beech), John Slattery (Bud Gerber), Paul Walker (Hank Hansen), Jamie Bell (Ralph Ignatowski), Robert Patrick (coronel Chandler Johnson), Neal McDonough (capitán Severance), Melanie Lynskey (Pauline Harnois).
Guión: William Broyles Jr. y Paul Haggis; basado en el libro de James Bradley y Ron Powers.
Producción: Clint Eastwood, Steven Spielberg y Robert Lorenz.
Música: Clint Eastwood.
Fotografía: Tom Stern.
Montaje: Joel Cox.
Diseño de producción: Henry Bumstead.
Vestuario: Deborah Hopper
Clint Eastwood rodó dos películas para hablar de la batalla de Iwo Jima. Una, Cartas desde Iwo Jima centró su atención en el bando Nipón, rodada en blanco y negro. Una obra, acerada y contudente como un panzer, a la par que conmovedora y emotiva. Un ejercicio artístico de gran nivel que demostró el ejercicio castrense y el honor japonés en todo su esplendor. Al mismo tiempo Eastwood rodó la batalla desde el punto de vista del bando americano. No abunda en el aspecto bélico, en la batalla en sí, sino que se centra más en el circo que se montó acerca de una foto, en la que unos marines clavan una bandera de barras y estrellas sobre una loma en esa isla del Pacífico que inmortalizaría esa batalla.
Los marines primero clavaron una bandera chiquitina y al hacerlo algunos hombres murieron. Luego pusieron otra bandera mucho más grande. Ese hecho fue fotografiado y tres de esos marines fueron luego de gira montando un circo por ese hecho que la ignoracia sobre lo ocurrido nos haría tildar de heróico.
Viéndola y dejando volar la imaginación presumimos que aquello fue un acto de valentía y arrojo, mientras las balas silbaban alrededor de los soldados. Luego esto queda desmentido ya que el izamiento fue un trámite. Los políticos querían una foto que alentara a sus tropas y al pueblo americano, reforzando su fe en el ejercito, demostrando que la batalla estaba ganada.
El marine Keyes le cuenta la historia verdadera de lo que sucedió al hijo de Doc, uno de los del alzamiento banderil. ¿ser héroe por levantar un palo? se pregunta Keyes.
Al comienzo vemos como se inaugura la batalla, como los soldados bajan en barcas a la playa y son freídos por la artilleria nipona. !Menuda mierda de batalla! dice un soldado, refiriéndose a la misma que duró 40 días, al poco de poner pie en la isla y comprobar cómo los nipones que han dispuesto ametralladoras bien camufladas los reciben a tiro limpio llenando la playa con los cuerpos de los jóvenes soldados americanos, a los que les lleva un buen rato organizarse y darse cuenta de por donde van los tiros, o en este caso, de donde vienen los mismos.
Cuando los Japoneses supieron que no había nada que hacer, salvo esperar la muerte muchos se suicidaron. Esto lo cuenta Estwood en Cartas desde Iwo Jima.
En toda guerra la pregunta subyacente es si la muerte de un soldado es en balde o no. Los familiares siempre quieren creer que no, que la muerte de sus hijos vale para algo y que esta siempre implica un derroche de entrega, valor y heroicidad. La película bascula sobre este pregunta y las familias encuentran consuelo sabiendo que sus hijos enarbolaron la bandera y fueron héroes. El hecho de luego saber que esto es mentira, les hace derrumbarse, como si la muerte sin reconocimiento a bombo y platillo no sirviera para nada, de ahí que a los caídos siempre los condecoren y a sus familias les digan que sus hijos murieron como héroes aunque se cagaran de miedo encima o no pegarar un sólo tiro en el frente. En su tramo final cuando se plantea el hijo de Doc la heroicidad de su padre, el tufillo patriótico contamina el ambiente y la fetidez sulforosa hace intragable ese pasaje.
Aparecer en esa foto les supone a tres jovenes, Doc, Ira y Rene, recibimientos masivos en sus hogares, con orquestas a pie de estación, comidas con embajadores, participación en desfiles y aclamación popular en estadios de fútbol, entre un nido de periodistas buscando el rostro de los soldados más famosos. Todo el mundo quiere conocerlos, las mujeres les mandan cartas con medias dentro y quieren sus autógrafos. Las reuniones con senadores, diputados se suceden. Incluso visitarán la Casa Blanca, estrechando la mano del Presidente. Hablarán a las multitudes, les harán estatuas de marmol enarbolando la bandera, los empresarios les darán sus tarjetas para darles un empleo cuando finalice la gira mediática.
La foto de la bandera de marras es utilizada por los políticos para recaudar dinero. Cuando uno de los mandamases oye la historia de las dos banderas, replica despechado.
¿qué haciais levantar una puta bandera cada vez que parábais a comer?.
La historia de la bandera hay que venderla. Se requiern 14 mil millones de dólares para seguir con la guerra, a lo que los chicos de la bandera pueden contribuir en la comercialización de bonos, llamados el «séptimo soldado». Así que si antes lucharon en el frente por una montaña en el pacífico ahora han de hacerlo por otra montaña, ésta de dinero, les pide su presidente. En un principio se muestran reacios, pero luego de dejan llevar, cegados por los flashes y las palmaditas en la espalda. Su patriotismo les impele a ser soldados devenidos en títeres, recaudadores de dinero.
Cuando la guerra acaba el indio amerciano Ira se convierte en el mono de feria, con el que echarse una foto mientras trabaja en el campo. Siempre buscando líos, entrando y saliendo de la cárcel hasta que desaparece, andando 2000 km de Arizona a Texas, y muere de frío poco después tirado en una cuadra.
Rene el guaperas no es atendido al teléfono por ninguno de esos hombres de negocios poderosos que lo alabaron en su apogeo. Era un héroe pasado de moda, para acabar trabajando hasta su jubilacíon como conserje.
Doc regentó una funeraria, nuncá habló a su familia de la guerra, ni de que hubiera dos banderas. Está presente su hijo cuando su padre muere, en paz, con la imagen mental de sus amigos en el agua dándose un chapuzón tras haber izado la bandera.
Las escenas en el frente de batalla no aportan mucho a la historia, así que se podía haber prescindido de ellas y el resultado no se hubiera visto afectado, salvo la escena de la bandera que es el meollo de la película. La historia resulta un tanto cansina, dado que una vez vista la actitud de los políticos ante los soldados y como estos son manipulados, poco más hay que decir. La gira resulta reiterativa y el discurso agotado a las primeras de cambio. Los actores tampoco logran transmitir gran cosa a sus personajes. La crítica, que esperaba fuese contundente, resulta de baja intensidad y la película a duras pena ha logrado mantener mi interés durante sus dos horas. Pormenores como el rechazo de la población hacia Ira por ser indio, un héroe indio en todo caso, es una veta sin explotar, despachada superficialmente. Ese es el poso que queda tras su visionado, haber visto una película mediocre, ñoña, insulsa que promete mucho y se queda en nada, dado que no funciona la denuncia ni en el apartado bélico, ni en el moral.
Vean Cartas desde Iwo Jima y luego comparen. No hay color (en la primera). Mejor.
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