Dirección y guión: Anthony Minghella.
Países: Reino Unido y USA.
Año: 2006.
Duración: 120 min.
Género: Drama.
Interpretación: Jude Law (Will Francis), Juliette Binoche (Amira), Robin Wright Penn (Liv), Rafi Gavron (Miro), Poppy Rogers (Bea), Martin Freeman (Sandy), Vera Farmiga (Oana), Ray Winstone (Bruno Fella).
Producción: Sydney Pollack, Anthony Minghella y Timothy Bricknell.
Música: Gabriel Yared y Underworld.
Fotografía: Benoît Delhomme.
Montaje: Lisa Gunning.
Diseño de producción: Alex McDowell.
Vestuario: Natalie Ward.
El amor, siempre es el amor. Los líos de faldas que nos vuelven locos y los cuernos que provocan cefaleas. Los celos, la pasión, el deseo reconcentrado. Nuevos estímulos en existencias grises. La historia transcurre en Londres. Will, arquitecto tiene su oficina en un barrio conflictivo y cada dos por tres unos ladrones entran en su oficina y les roban los ordenadores y demás material. En casa las cosas no van bien, hace tiempo que la pasión que sentía por su novia Liv ha sido reemplazada por el aburrimiento y ambos lo llevan como pueden. La crisis se agudiza con la presencia de la joven Beatrice, la cual come muy poco, no duerme y se pasa la vida haciendo acrobacias circenses nocturnas para desesperación de sus progenitores. La hija es del anterior matrimonio de Liv y Will siente que no forma parte del círculo que une a la madre y a la hija. Liv por su parte tiene tendencias depresivas que mitiga con una lampara solar, que activa sus biorritmos (no viene mucho al caso, pero Liv es de origen sueco, y ya sabemos que los americanos deben creer que allí toda la gente se suicida porque hace mucho frío y no ve el sol. En ciudades del norte como Uppsala o más al norte puede ser, pero en Göteborg o Estocolmono sucede nada de esto)
El autor de los robos es Miro un joven muy habilidoso que es capaz de ir por los tejados como los gatos. Vive con su madre, Amira, la cual se gana la vida como costurera laborando en su casa. Huyeron cuando la guerra de los balcanes y sus heridas aún no han cerrado. Amira sueña con volver a su país, pero Miro no.
La policía sigue la pista al joven, saben que es un chorizo de poca monta, y que a quien deben trincar es a los peces gordos, a los que ganan pasta gracias a la habilidad del joven, que desde el tejado se cuela en el inmueble, desactiva la alarma (que anota tras verla marcar con unos prismáticos) y da luz verde para que sus compinches entren y hagan su trabajo.
Así las cosas Will decide montar guardia frente al trabajo (lo cual no está exento de peligros, como que una fulana se meta en su coche y lo recaliente por dentro y por fuera), con éxito, porque una noche ve a un joven trepar por la fachada. Tras darle el alto, lo persigue sin ser visto hasta su casa. Tras tomar nota de la dirección, va a visitar a su madre al día siguiente, solicitando que le cosa una chaqueta. Ella accede y desde ese momento sus vidas se entrecuzan. Will quiere cambiar de aires, quizá también enamorarse y cae rendido en los brazos de Amira que le corresponde (después de muchos años sin que un hombre le pusiera la mano encima, en el buen sentido). Luego el tiempo pondrá las cosas en su sitio y lo que quede en la copa después de apurar el deseo será el amor.
Anthony Minghella ha escrito el guión, la dirige y coproduce. El cuarteto protagonista funciona sin altibajos. Juliette Binoche (Amira) resulta entrañable en su papel de madre coraje (¿qué no haría una madre por un hijo?). Jude Law se adapta a cualquier papel, ya sea drama o comedia. Perfecto como un cobarde, mentiroso, infiel y taciturno personaje cuyo pensamiento se reduce con un «no sé«, más allá de las metaforas con las que trata de expresar lo que siente. Dice que su trabajo consiste en maquillar el entorno, pero lo lleva también a su vida familiar, todo un experto en falsear su vida.
Robin Wright Penn como Liv, nos transmite su dolor y pesar con sus escasas carnes, su rostro enjuto y también su coraje, generosa, capaz de remontarlo todo si él está dispuesto a conquistarla de nuevo.
Los personajes de la historia podrían irse de copas a un karaoke bar a cantar la canción de Ramazzotti «El juego de la no verdad«, porque sus vidas son una gran mentira, de comienzo a fin (como la farsa con la juez al final). Quizá la vida sea eso, un circo, un escenario o un mercado, Camden por ejemplo, donde intercambiar el amor. La felicidad es un edificio con mil puertas, una llave y muy poco tiempo.
He pasado un rato entretenido viéndola (casi dos horas), con estos personajes, espejos de la sociedad actual, supervientes en todos los ámbitos, donde cada cual huye de sus fantasmas personales, pero que como la sombra siempre está ahí, aunque los días nublados nos emocionemos. Nada que objetar de su brillante factura técnica. La parte que se nos muestra de Londres es el barrio de King’s Cross y no los bonitos edificios a los que tienen acostumbrados otras producciones. Law tiene química tanto con Wright como con Binoche (a la que vemos con unos cuantos kilos de más, entrada en carnes y muy guapa, mucho más lozana que la sicalítica Wright), los eficaces diálogos, una puesta en escena que alterna momentos dramáticos con otros que no lo son tanto, una narración limpia y clarificadora deja una película correcta, bien interpretada, y a pesar de todo esperanzadora, que no deja huella pero entretiene.
Por último y aunque nunca viene al caso quisiera saber por qué cuando dos personas que se desean se besan, poco después, o bien acaban haciéndolo (lo que comprendo) o bien dicen eso de «lo siento», «ha sido una tontería».
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