Dirección: Clint Eastwood.
País: USA.
Año: 2006.
Duración: 140 min.
Género: Drama bélico.
Interpretación: Ken Watanabe (general Tadamichi Kuribayashi), Kazunari Ninomiya (Saigo), Tsuyoshi Ihara (barón Nishi), Ryo Kase (Shimizu), Shidou Nakamura (teniente Ito), Nae (Hanako), Hiroshi Watanabe (teniente Fujita), Takumi Bando (capitán Tanida), Yuki Matsuzaki (Nozaki).
Guión: Iris Yamashita y Paul Haggis; basado en el libro «Picture letters from commander in chief» de Tadamichi Kuribayashi.
Producción: Clint Eastwood, Steven Spielberg y Robert Lorenz.
Música: Kyle Eastwood y Michael Stevens.
Fotografía: Tom Stern.
Montaje: Joel Cox y Gary D. Roach.
Diseño de producción: Henry Bumstead y James J. Murakami.
Vestuario: Deborah Hopper
La apuesta de Clint Eastwood no puede ser más interesante. Plasmar un hecho bélico, desde el punto de vista de cada uno de los ejercitos en liza; Americano y Japonés. Primero se estrenó Banderas de nuestros padres, que la veré y comentaré en breve, que no tuvo muy buena acogida, y luego Cartas desde Iwo Jima la cual cosechó un buen número de premios y cuatro nominaciones a las Oscar, mejor película, mejor director, mejor guión original, y Mejor edición de sonido, que fue el único que se llevó.
Cartas desde Iwo Jima, rodada en lengua Japonesa, es un alegato en contra de la guerra, donde Eastwood muestra el sinsentido de la misma, y lo hace a través un plausible ejercicio de introspección, donde un puñado de soldados japoneses, confinados en la isla de Iwo Jima (punto estrátegico de Pacífico, para evitar el avance del ejército americano), una vez que saben, que no van a recibir ni apoyo aéreo ni marítimo, solo les resta esperar su muerte, verter su honorable sangre por su país y contentar al Emperador que se sentiría orgulloso de su pueblo, de sus valerosos hombres, que saben morir con dignidad.
Las cartas que los soldados envían y reciben de sus familiares es la brocha con la que pintar la barbarie que les rodea, la sinrazón que puebla sus actos, el delirio de la sangre, que no atiende a razones. Todos los soldados son iguales, da igual que sean japoneses, americanos, es el mensaje de la cinta. Todos tienen una padre, una madre, hermanos o mujeres esperándoles, que ansían verlos regresar y poder abrazarlos, una vez que la guerra acabe.
Así pues nadie es más listo que nadie, sino que todos son igual de listos o igual de tontos, a bordo de una máquina que se alimenta de carne humana, que no puede dejar de se alimentada, por los jerifaltes, que desde sus despachos envían tropas, y más tropas, hombres que perderán sus vidas, por su país, por la gloria, por un puñado de tierra cubierto de sangre.
Tratándose de una película bélica no hay muchas escenas pirotécnicas, salvo el desembarco de los Americanos en la playa y algunos «cara a cara» entre los soldados de los dos ejércitos. Prima más el componente humano que las estrategias militares o el despiporre armamentistico.
El director nos acerca las historias de los hombres que se esconden bajo el uniforme. Historias que nos hablan de seres incapaces de matar a un perro, menos aún a un ser humano, de otros que son envíados al frente contra su voluntad, dejando sola a su mujer embarazada, a generales que ven como de la noche a la mañana sus amigos americanos pasan a convertirse en su peor pesadilla, las peripecias de los que intentan desertar, abrir una puerta a la esperanza, abrazando la muerte como recompensa, el soldado americano prisionero, que pone rostro y carne a la imagen que los japoneses tenían de estos…
La película de una fáctura técnica incontestable, resulta sobria, petrea, sin fisuras como un monolito, con una historia grabada en él a cincel, que hay recorrer con la mirada y con las yemas de las dedos para sentir su frialdad, lentamente, sin distracciones, para captar el bello mensaje de esta película, que supone no solo un paso más en la filmografía de Eastwood, sino su trabajo más logrado, sin fallas, ni objeciones, dotado de una belleza singular.