La montaña

No es nuevo lo que vemos en la película La montaña, dirigida y protagonizada por Thomas Salvador, a saber, la necesidad que tiene el ser humano de llevar a cabo cambios radicales en su existencia.

Así le sucede al parisino Pierre, ingeniero que mientras está haciendo la presentación de un producto robótico a sus clientes, pierde la mirada entre los montes, como si hubiera allí algo que reclamase su atención de una manera inexorable.

Pierre decide entonces no desatender la poderosa llamada de la montaña, finge una baja médica y poco después es cesado en el trabajo ante su prolongada ausencia.

En Chamonix, Pierre coge el teleférico y una vez en el destino, pertrechado con una tienda de campaña, botas, crampones y demás material técnico, busca acomodo en las faldas de una montaña nevada, en la que reina la soledad, o a la sumo, la episódica compañía de algún alpinista como él.

En el restaurante ubicado donde finaliza el teleférico Pierre conocerá a Léa, una mujer que se interesará por él. Contacta con su familia, la madre y dos hermanos van a visitarlo, a invitarlo a volverse con ellos, a ponerlo en la senda de la razón, pues a pesar de que ven bien a Pierre, su conducta les parece improcedente e irracional.

Pierre dedica su tiempo a la contemplación, a la lectura, y descubre poco después, tras un desprendimiento de grandes rocas en una de las montañas próximas, una sustancia que también lo reclama y fascina. Se aventura entonces la película por la senda de lo fantástico, pero no desentona con el tono intimista de la película, con la sensación de extrañeza que la impregna, con su ánimo pausado, y silente, con la mirada escrutadora de Pierre, queriendo trascender la realidad, yendo a la esencia de las cosas, al organismo vivo que es la montaña.

Me ha gustado por su planteamiento y originalidad, además de las imágenes tan poderosas que siempre ofrecen las montañas, dejando un final abierto, incapaz de responder a ninguna de las preguntas que Pierre se formula.

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