Las leyes de la frontera (Daniel Monzón)

Las leyes de la frontera, adaptación de la novela de Javier Cercas, dirigida por Daniel Monzón, plantea la posibilidad de la reversibilidad. El instante en el que echarse las manos a la cabeza y lamentar lo hecho o dicho, a sabiendas de que no hay vuelta atrás, que todo se ha desbaratado y echado a perder. La película ofrece, digo, la posibilidad de redención antes de pasar a mayores: pisar la cárcel, cometer un asesinato, dinamitar un futuro.

El protagonista es un muchacho que en su día a día (verano de 1978) se ve maltratado por otros jóvenes que la han tomado y se ensañan con él. En los recreativos conoce a una pareja que camina por el lado más salvaje de la vida. La sensualidad de la joven, Tere (Begoña Vargas) y la camaradería que le ofrecen sus nuevas amistades, como Zarco (Chechu Salgado) operará como un imán. Sin ser muy consciente (o siéndolo, pero dejándose arrastrar) de lo que sucede a su alrededor, una acción lleva a otra, un golpe a otro, en una continua escalada y frenesí. Todo parece posible.

La frontera es la diferencia entre el joven y los otros. Él no es uno de ellos. Parece que hay un determinismo que impide a esos jóvenes salir del marco que los constriñe, que no hay más futuro para ellos que la delincuencia, los hurtos, la violencia, los crímenes.

De manera bastante superficial, a pesar de la que la película se va más allá de las dos horas de metraje, llegamos a la situación referida al comienzo, a la posibilidad de volver sobre sus pasos.No es del todo así, porque ciertas cosas que experimentamos marcan la existencia humana, y aunque uno pueda volver a su vida, algo ya ha cambiado.

De eso nos habla la película en su epílogo. Al final todo se quiebra, para unos y otros. Y ahí no hay fronteras. Una sola gota de café en la leche es suficiente para acabar con su pureza.

Nuestra puntuación

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