Maratón de cine Actual 2008 Caramel El baño del Papa crítica

Llevaba unos cuantos años sin acudir al maratón de cine que organizan los Cines Golem dentro de la programación del Actual. Este año leyendo las sinópsis de la películas a visionar el maratón parecía interesante. Había películas libanesas, americanas, uruguayas, y coproducciones entre India, Reino Unido y USA, todas ellas en versión original. Comenzó a las 00,30 de la noche del sábado. Minutos antes ya estábamos allí un montón de gente, ansiosos por subir las escaleras y ocupar nuestras localidades (el fotógrafo de La Rioja echó unas fotos a los presentes y tres de nuestros maratonianos aparecen en una de ellas). A las 00,15 nos dejaron subir y como si en las rebajas de El Corte Inglés nos encontrásemos subimos las escaleras dándonos codazos y empellones. Como el resto de miembros de la expedición ya son veteranos, ocupamos la última fila de la sala 2. Así nadie nos dará golpes en la butaca por detrás me dijeron los veteranos. El sitio era inmejorable. Estábamos lo suficientemente lejos de la pantalla y muy bien centrados. Delante mío había una parejita y a medida que avanzó la noche, ella fue buscando el hombro de él, y si antes no interferían en mi visión, dado que las butacas están dispuestas en rampa, al final de la noche desaparecieron de mi vista.

El maratón consta de cuatro películas. Al finalizar la segunda, alrededor de las cuatro y pico, en la planta baja, disponen sobre las mesas un alud de platos con bocatas de jamón serrano, queso y pimiento verde. De beber hay vino y caldo.

Comenzó el maratón con la película Caramel.

Título: Caramel
Dirección: Nadine Labaki
Países: Líbano y Francia. 2007
Intérpretes: Nadine Labaki, Yasmine Al Masri, Joanna Moukarzel, Gisèle Aouad, Adel Karam, Siham Haddad, Aziza Semaan, Fatme Safa, Dimitri Stancofski y Fadia Stella
Guión: Nadine Labaki, Jihad Hojeily y Rodney Al Haddad
Música: Khaled Mouzanar
Fotografía: Yves Sehnaoui
Montaje: Laure Gardette
Duración: 96 minutos

Caramel es una película de nacionalidad libanesa y ha sido todo un éxito en Francia. La guapa actriz protagonista Nadine Labaki, es también la directora. Es una película de mujeres, al que algunos comparan con el cine de Almodóvar. Salvando las distancias, hay escenas hilarantes. Hemos de tener en cuenta como apunta Nadine, que a pesar de cierta liberalidad, en el Líbano aún hay muchos temas tabúes (relativos a la religión, la familia y el sexo) y la directora a pesar del tono distendido y cómico de su película aborda esos temas con desparpajo y valor.

La acción transcurre en Beirut en una peluquería donde sus empleadas y clientes deben lidiar con sus problemas personales.
Nisrine es musulmana, está a punto de casarse, pero al no ser virgen debe recurrir a un cirujano para que le reconstruya el himen. Rima se siente atraída por las mujeres, pero no puede manifestar sus sentimientos abiertamente, enamorada como está locamente de una atractiva clienta que acude a la peluquería a que le laven su estupenda melena negra.

La guapísima Layale que vive con sus padres está enamorada de un hombre casado, padre de una niña, que le dice dejará todo para irse con ella, mientras Layale se desespera, colgada de su móvil, esperando una llamada y preparando una romántica velada en una pensión, que no resultará como ella desea.
Jamale es una mujer de unos cuarenta años, pintiparada y adicta a los casting, clienta asidua de la peluquería. Tiene muy mala suerte porque nunca la cogen. Amaña sus «reglas» para sentirse viva y apta, y no renuncia a envejecer

Cerca de la peluquería viven dos hermanas, una que coge papeles del suelo y está tronada y Rose, modista, la cual queda prendada de un apuesto caballero octogenario.
De Layale está enamorado un policía, que incluso pasa por la peluquería a depilarse el bigote, con ese «caramelo» que da nombre a la cinta, que hace las veces de la cera.
A pesar de sus altibajos y de la menor o mayor efectividad de algunas secuencias en conjunto «caramel» resulta una tragicomedia interesante, que nos permite acercanos al cine de un país, el libanés, del que nunca llegan a nuestras pantallas sus películas, y cuya comicidad permite tocar temas trascendentes, con una sonrisa en la boca, que no resta nada de dramatismo a este historia con la que te ríes pero sufres a partes iguales, ya que el amor y desamor son las dos caras de la misma moneda, pero donde desgraciadamente como la tostada de mantequilla casi siempre cae del mismo lado.

A las dos y pico comenzó Honeydripper

Título original: Honeydripper
Dirección/Guión: John Sayles
Intérpretes: Danny Glover, Lisa Gay Hamilton, Yaya DaCosta, Charles S. Dutton, Vondie Curtis Hall, Gary Clark Jr., Dr. Mable John, Stacy Keach, Absalom Adams y Arthur Lee Williams
Música: Mason Daring
Fotografía: Dick Pope
Montaje: John Sayles
País: USA. 2007
Duración: 123 minutos

Honeydripper está dirigida por John Sayles con la música como telón de fondo.
Está ambientada en los Estados Unidos, en esos estados donde hace décadas los negros eran considerados seres inferiores con la segregación racial como el pan suyo de cada día, donde la música tiende puentes que permite hermanar las razas.

Dos críos sueñan con tener un piano y una guitarra en la mano y se deleitan en un local del poblado donde su dueño ve como su negocio se va a pique con las actuaciones en directo, mientras el local anejo está a rebosar echando mano de las gramolas. Tras unos cuarenta minutos de visionado, Morfeo me noqueó. Lo cierto es que no opuse gran resistencia. La oscuridad, el murmullo de la guitarra eléctrica y la comodidad de la butaca me hicieron dormitar más de una hora, hasta el final de la película, así que la crítica de la misma la podrán leer de las falanges de McGuffin que al parecer estuvo despierto durante todo el maratón.

Al finalizar la segunda película, pasadas las cuatro de la madrugada, dimos cuenta de unos bocatas, llenamos el estómagos, nos espabilamos y nos dispusimos para afrontar las dos películas restantes. Le tocó entonces el turno a El baño del Papa

Título: El baño del papa
Dirección: Enrique Fernández y César Charlone
Guión: Enrique Fernández
Producción: Elena Roux
Fotografía: César Charlone
Dirección Artística: Inés Olmedo
Montaje: Gustavo Giani
Vestuario: Alejandra Rosasco
Música: Luciano Supervielle y Gabriel Casacuberta
Intérpretes: César Troncoso, Virginia Méndez, Virginia Ruiz, Mario Silva, Henry de León, José Arce, Nelson Lence, Rosario Dos Santos, Alex Silva, Baltasar Burgos y Carlos Lerena
Nacionalidad: Uruguay. 2007
Duración: 97 minutos

Si han visto la película Bienvenido Mr Marshall o conocen El cuento de la lechera, esta es la visión agridulce del mismo tema.
Melo es un pequeño pueblo Uruguayo próximo a la frontera Brasileña, que como un maná caído del cielo, va a recibir la visita del Papa Juan Pablo II, allá en el año 1988. Todo el pueblo se vuelca con la llegada del pontífice, cada cual ve la manera de hacer negocio, pues hay previsiones de que sean más de 50.000 personas las que se desplacen hasta Melo para oír las palabras del Papa. Así durante los días previos al advenimiento, cada cual echa mano de sus ahorrillos, pide préstamos o vende sus propiedades para comprar carne, con las que hacer choripanes, cocinar tartas, hacer bocatas, parrilladas de carne y montar su puesto callejero.

El protagonista de la historia se gana la vida con su bicicleta, pasando productos desde una población brasileña próxima a la frontera hasta Melo. Sus viajes no siempre salen bien, porque si quieren sortear el control fronterizo deben internarse campo a través y evitar la presencia de un patrullero local movil, que les requisa los productos y se comporta como un cabronazo, con una fijación verbal por las minas de los contrabandistas.
Al prota, en lugar de buscar el negocio en lo alimenticio como el resto de sus paisanos, tiene la brillante idea de hacer un baño, con agua corriente y cisterna, en el terreno que hay detrás de su casa, donde con la ayuda de sus amigos, lo levantará, con Dios y ayuda (con Dios es un decir porque esta gente la ayuda divina no le asiste), a fin de tenerlo listo para el día en que el Papa pise Melo, previa instrucción a su mujer e hija de qué decir a los turistas cuando hagan uso del mismo. Momentos hilarantes.

La escasez de medios no es problema cuando sobra talento, cuando hay una historia total entre manos, unos protagonistas que nos son tan próximos que sentimos su aliento y cuyas lágrimas pueblan nuestras mejillas sin darnos cuenta.
Son héroes los protagonistas de esta película, héroes domésticos que luchan (sin armas, sino a golpe de pedal) en el día a día para tirar hacia adelante, que a veces se encallan en su pobreza y cabecean contra la barra, buscando una salida en el alcohol, cuya impotencia no les amilana sino que les impele a seguir luchando, con una fuerza que se lleva todo a su paso. Encontrando en el sexo o en una braga roja una migaja de paraíso, un paraíso feo, grotesco, ajado y destartalado, como sus días a corto plazo, pero con esperanza, alimentada de sueños e ilusiones.

El final es tan desolador y asfixiante que la única manera de abordarlo es con la risa, con la carcajada liberadora, en ese momento mágico que sólo algunas películas logran cuando se produce el milagro consistente en hacernos «reír de tristeza», llorar desconsolados ante una luz cegadora (la VERDAD con mayúsculas y en negrita), donde la tragedia que vislumbramos es tan intensa y de tal densidad que solo la risa es capaz de fisurarla, con unos títulos de crédito finales donde nos cuentan que hubo casi más puestos de venta que visitantes, donde escribiendo esto, de nuevo con los ojos arrasados y una risa que me produce espamos, doy fe de haber visto una de las mejores comedias de mi vida y al mismo tiempo un dramón sin igual, porque la vida no es otra cosa que un «drama hilarante», un masa informe y hedionda de sueños y promesas, de muros de hormigón y suelos fangosos, donde la naturaleza humana muestra la resistencia de un diamante, un caparazón a prueba de bombas, donde no hay cobijoa para el desaliento.
Como me dice mi abuela que saliendo de La Guerra Civil Española se encontró La Segunda Guerra Mundial en París, en esos años de guerra no teníamos tiempo para deprimirnos. Los protagonitas de esta historia tampoco tienen tiempo para deprimirse, bastante ocupados están con sobrevivir. El futuro vence cada 24 horas.

Como apunte al comentario de la película, diré que ayer estuve con otra de los maratonianas que me dijó que la segunda y la tercera película estuve cabeceando. A pesar de que creo que «El baño del Papa» la vi de cabo a rabo, si la afirmación de mi amiga es cierta, esta película no la habría visto íntegra sino que la habría soñado y mi imaginación habría cubierto los huecos. Sé que la volveré a ver si me es posible, aunque dudo que la estrenen en el cine o pueda localizarla en un videoclub, ya que esta película es todo menos un blockbuster.

Tras finalizar El baño del Papa, ya eran las seis pasadas. Sólo restaba ver The Fall.

Dirección: Tarsem Singh
Intérpretes: Lee Pace, Catinca Untaru, Justine Waddell, Julian Bleach, Leo Bill, Marcus Wesley, Robin Smith, Daniel Caltagirone y Ronald France
Guión: Dan Gilroy, Nico Soultanakis y Tarsem Singh; a partir del guión de Valery Petrov para la película ‘Yo Ho Ho’ (1981) del director Zako Heskija
Producción: Tarsem Singh
Música: Krishna Lev
Fotografía: Colin Watkinson
Montaje: Robert Duffy
Países: India, Reino Unido y USA. 2006
Duración: 118 minutos

The Fall, se anunciaba como «una de las más desconcertantes y desmesuradas películas de los últimos tiempos» «Rodada en veintitrés países, solemne, excesiva, fabulosa… En ella reina la sorpresa y la fantasía». A esas horas ya estaba hecho puré y los párpados eran losas. La película era en inglés. Un hombre joven estaba ingresada en un hospital y le contaba una historia a una niña. Vi maravillosos paisajes, bonitos escenarios naturales, una niña ripi, cuerpos danone de viejos guerreros y damiselas perfumadas y maquilladas con polvos de arroz ocultas tras abanicos rojos. Comencé a cabecear de nuevo. Traté de mantenerme despierto. Abría los ojos y veía montañas escarpadas, ruinas griegas, guerreros marcando abdominales (al estilo 300), una niña subida a una escalera cogiendo m-o-r-p-h-i-n-3.
La maratoniana del grupo ya se había marchado. Quedamos sólo cuatro en nuestro grupo. A mi izquierda de El Tablón estaba echándose una siesta cojonuda, en silencio, en el otro extremo de la fila, El Paco, hacía lo mismo. Sólo McGuffin aguantaba el tirón, dando fe de que es un auténtico corredor de fondo, que con los años aguanta los maratones sin despeinarse y lo que es aún más importante, sin dormirse, archivando todo cuanto veía en sus púpilas para luego registrarlo sobre el papel virtual y ofrecernos sus aceradas críticas.

A las 7,30 cuando aún quedaba algo más de media hora de película me despedí y me fui a dormir. Hacía una noche maravillosa. Aún no había amanecido, los kioskos ya estaban abiertos con pilas de periódicos en la puerta. Los termómetros marcaban 12º.

Con haber visto (o soñado) «El baño del Papa» y «Caramel» me doy por satisfecho. Son dos películas interesantes, en especial la segunda, que afianzan mi pasión por el cine, la cual a veces a pesar de su intensidad es menos poderosa, como viví en carne propia que el influjo de Morfeo. Propongo que hagan un maratón de cine en horario diurno de 8,30 a 16,30 por ejemplo o de 16,30 a 24,30. No obstante este maratón nocturno fue un éxito de público y se ha convertido ya en un cita ineludible para muchos cinéfilos o curtidos trasnochadores.

En nuestra sala 2 había una panda de guarros que dejaron el suelo hecho una mierda, con palomitas y el contenido de las chuches tirado por el suelo. No eran adolescentes los maleducados, sino gente de más de treinta tacos. Entre película y película a pesar de que en los Cines Golem no se permite fumar, en los pasillos había más de 200 personas fumando cigarros y porros. Así que luego el humo entró en las salas. Ningún empleado de los Golem hizo nada para hacer cumplir la normativa y lo de dejar fumar es una costumbre que se viene repitiendo en los maratones.

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