Dirección: Shawn Levy.
País: USA.Año: 2006.
Duración: 108 min.Género: Comedia, acción.
Interpretación: Ben Stiller (Larry Daley), Carla Gugino (Rebecca), Dick van Dyke (Cecil Fredricks), Mickey Rooney (Gus), Bill Cobbs (Reginald), Robin Williams (Teddy Roosevelt), Jake Cherry (Nick), Ricky Gervais (Dr. McPhee), Kim Raver (Erica Daley), Patrick Gallagher (Atila), Rami Malek (Ahkmenrah), Steve Coogan (Octavio), Anne Meara (Debbie).
Guión: Robert Ben Garant y Thomas Lennon; basado en el libro de Milan Trenc.
Producción: Shawn Levy, Chris Columbus y Michael Barnathan.
Música: Alan Silvestri.
Fotografía: Guillermo Navarro.Montaje: Don Zimmerman.
Diseño de producción: Claude Paré.
Vestuario: Renée April.
Cada vez que veo a Ben Stiller me viene a la mente Bruce Springsteen (músico notable de temas como Point Blank, Johnny 99, The River, Born to Run, entre otros muchos), por su singular parecido. Pocas críticas positivas había leído de esta película, así que iba condicionado a ver un producto infumable, que no es tal. Ya se sabe que el prejucio anula el arte y sesga de raíz cualquier expresión artística. Luego las expectativas sobre lo que vamos a ver son la puntilla sobre un ser agonizante.
Ben Stiller al contrario que en otras comedias no resulta tan cargante, ya que no nos obliga a estar pendiente en todo momento de sus chocarrerías y cuchufletas, pues la historia en este caso tiene peso. Larry (Stiller), está separado y tiene un niño el cual ve desolado como su padre fracasa continuamente. Ante esta situación Larry busca la estabilidad con un empleo. Consigue uno como vigilante nocturno del Museo de Historia Natural de la ciudad de Nueva York. Lo relevante del Museo es que por la noche todo cobra vida, así,los que allí ocupan las vitrinas o pedernales: Hunos, Cristobal Colón, Roosevelt, Octavio, Ahkmenrah etcétera campan a sus anchas por el mismo, hasta el amanecer, momento en el cual, si alguien queda fuera del museo deviene ceniza. Nada sabe de esto Larry hasta que en su primera noche descubre de qué va el asunto. Para que el hijo no sigua creyendo que su padre es un perdedor, el sostén moralizante lleva a su padre a tirar para adelante, sin arrojar la toalla, haciendo frente a la situación y a tan peculiar empleo para volver a la noche siguiente, no ya a vigilar, sino a poner orden.
La película es todo un derroche de efectos especiales, una variente de Jumanji donde un tiranosaurio, elefantes, monos, leones, cebras cobran vida y deambulan por el museo, al tiempo que soldados americanos están engarzados en la guerra civil entre Norte y Sur, los Hunos se afanan en desmembrar todo cuanto piden, Roosevelt está enamorado platónicamente de la india, sin atreverse a abrir su corazón.
El planteamiento de la historia es original pero su puesta en práctica en la que prevalecen más los efectos especiales que otros elementos deja la sensación de que la película podía haber dado mucho más de sí, haber explotado más y mejor la conjunción de diferentes civilizaciones en un mismo plano temporal que se circunscribe casi en su totalidad en la rivalidad entre vaqueros y romanos y donde la mayor parte del resto de personajes nada aportan a la historia más allá de ser mentados y proferir alguna frase, como Cristobal Colón que lo hace en Italiano. Por ejemplo como Rebecca se puede aprovechar de la circunstancia de hablar con la princesa india Sacajawea sobre la que lleva años escribiendo una tesis que ha entrado en vía muerta, se despecha sin el menor aliciente.
Si en otras ocasiones han sido los Bomberos el colectivo a loar (Brigada 49), en esta ocasión son los vigilantes, las personas que pueden sentirse orgullosos de su trabajo, tanto como para que sus hijos quieran ser como sus padres y realizar su misma profesión cuando sean mayores. Noche en el museo, permite pasar al fin y al cabo un rato ameno y divertido, sin llegar a la fascinación, donde la mayor pega, viene dada por la indefinición de la propuesta.
Eran muchas las variantes presentes, infinitas historias las que haber sacado a colación, millones de interacciones entre civilizaciones, donde su hora y tres cuartos de duración impele a encorsetar la historia por un carril de vía estrecha, previsible, que busca tocar la fibra sensible del espectador con las siempre conmovedores historias de padre-hijo (En busca de la felicidad), en busca de la grandeza, no material sino anímica, en donde el vástago pueda sentirse orgulloso de su progenitor. Ben Stiller nos deja algún que otro golpe cómico tronchante, como sus juegos de magia con los Hunos,
Los ex-vigilantes, son los actores Dick van Dyke (Cecil Fredricks), Mickey Rooney (Gus), Bill Cobbs (Reginald) y Robin Williams como Roosevelt