Dirección: Ridley Scott.
País: USA.
Año: 2006.
Duración: 118 min.
Género: Comedia.
Interpretación: Russell Crowe (Max Skinner), Albert Finney (tío Henry), Marion Cotillard (Fanny), Tom Hollander (Charlie Willis), Freddie Highmore (Max joven).
Guión: Marc Klein; basado en el libro de Peter Mayle «Un año en Provenza».
Producción: Ridley Scott.
Música: Marc Streitenfeld.
Fotografía: Philippe Le Sourd.
Montaje: Dody Dorn.
Diseño de producción: Sonja Klaus.
Vestuario: Catherine Leterrier
Max es un exitoso operador de bolsa que vive en Londres, volcado en su trabajo (trabaja en ese edificio fálico, denominado El Pepino, que sale a menudo en las películas rodadas en Londres; Instinto básico 2, Match Point..) que otorga a sus empledos el apelativo de «esclavos«, que lo adoran porque gracias a él todos ganan mucho dinero.
En su niñez, al morir sus padres, Max pasó su tiempo con su tío Henry, un «bon vivant«, un sibarita, que amaba el vino, las mujeres, la lectura, los puros y la música, entre otras aficiones. Cuando su tío Henry del que Max no sabe nada en estos últimos diez últimos años muere sin hacer testamento, se trasladará temporalmente a La Provenza, donde su tío tenía su residencia; una magnífico caserón, con pista de tenis, piscina y viñedos, en un marco incomparable, donde parece sencillo ser feliz.
Max tiene en mente la idea de vender la casa y los viñedos y embolsarse una cuantiosa suma con la venta, en una rápida transacción que no le llevará más de unos pocos días, pero una vez allí, por casualidades de la vida ve como su estancia se va prolongando más de lo esperado. Alejado del mundanal ruido, Max tiene tiempo para deleitarse con las cosas sencillas, mientras Ludivine, la mujer de Francis, el guardaviñas, le prepara formidables guisos y le contagia su alegría. Aparece entonces en escena Christie una joven americana que dice ser hija de Henry, al que quiere conocer, que ve truncados sus planes, al enterarse de la reciente defunción de su progenitor.
Los continuos flash-backs nos muestran como era la entrañable relación que Henry (un estupendo Albert Finney) mantenía con el joven Max (interpretado por Freddie Highmore, el niño de Charlie y la fábrica de Chocolate), entonces un niño, al que le acostumbraba el paladar al buen vino, a la lectura, con el que jugaba a tenis, y le enseñaba lo que la vida es capaz de ofrecer, su cara más agradable, su fina piel aterciopelada, ebrios ambos de felicidad y sintonía.
Para que esos buenos recuerdos que Max tiene de su paso por La Provenza cuando era un infante no caigan en saco roto, conocerá el día de su llegada a Fanny, una joven de la zona que trabaja como camarera, a la cual sin saberlo, está a punto de atropellar cuando ella va en bicicleta, a la que todos los hombres de la zona desean por su belleza e insolencia y a la que Max consigue cortejar primero y llevarse al huerto después (lo curioso es que los dos se conocían de cuando eran niños y tenían la misma edad, solo que en el tiempo presente Crowe como Max tiene 43 años y Marion Cotillard como Fanny tiene 31, cuando las edades deberían ser parejas. Ya comenté lo mismo en la deplorable El motorista fantasma), albergando en su interior la posibilidad de ser feliz a su lado, en ese idílico lugar, dejando atrás su tecnificada y fría vida anterior.
Un buen año, es una tierna comedia que contagiado por la bonhomía de la historia, me ha hecho pasar un buen rato, arrullado por esta gente encantadora, en estado de gozo permanente, que vive la vida sin pesadumbres, alimentando su ánimo de buen humor y regándolos con mejor vino, en ese paraje de postal, de amaneceres almibarados, en La Provenza, que al igual que La Toscana Italiana me encandilan con unas localizaciones de postal («Un buen año» se rodó en las poblaciones francesas de Luberon, Bonnieux, Gordes, Cucuron, Avignon, Menerbes), donde dejar que la vida fluya, sin ahogos, en un estado de placidez permanente.
La actriz Marion Cottillard (que tiene ahora en la cartelera La vida en rosa biografía de Edith Piaf a la que da vida) está estupenda y es una muy grata sorpresa, al igual que el resto del elenco de secundarios que cumple su cometido con nota; Albert Finney, Isabelle Candelier (como la dichirachera y carnal Ludivine), Freddie Highmore (el joven Max) y la actriz poco conocida Abbie Cornish como Christie la hija secreta de Henry con la que Max tiene sus más y sus menos al verse obligado a compartir la herencia y los recuerdos de su difunto tío con una desconocida. Russel Crowe hace de su interpretación un recital de muecas, de movimientos de brazos y piernas, buscando nuestra sonrisa en su derroche de comunicación no verbal, que como todo aquel que no es de naturaleza gracioso resulta cargante. Un problema menor, porque lo que este comedia exuda son ganas de vivir y Crowe es solo un payaso más en este circo que es vivir, donde podemos dar por buenas sus bufonadas.