Después de Auschwitz, la poesÃa ya no era posible escribió Adorno. En Zona de interés, con dirección y guion de Jonathan Glazer, basada en la novela de Martin Amis, no solo la poesÃa, sino la vida parece posible, demasiado posible.
Rizando el rizo, Rudolf, al frente del campo de concentración de Auschwitz, construye su hogar en frente de dicho campo. Ni los gritos, los lamentos, los disparos de las ametralladoras, las nubes negras en las chimeneas de los cuerpos reducidos a cenizas o los trabajos forzados de los reclusos en los terrenos aledaños por los que Rudolf pasea a caballo con su hijo, nada de todo esto les perturba lo más mÃnimo.
El horror está en frente, pero lejos de generarles algún sentimiento piadoso, este serÃa en todo caso el de la incomodidad, el de la mala suerte de que les hayan plantado una fábrica de exterminio justo frente a su hogar; solo se preocupan por su situación personal, asà cuando el jerarca ha de ser trasladado a otro sitio, su mujer luchará con uñas y dientes para seguir en su hogar, que tanto les ha costado construir, en aquel paraÃso construido con tanto esfuerzo.
Sobre este planteamiento la pelÃcula ofrece escasas variaciones y se alimenta a sà misma hasta la ceguera.
El final, con las imágenes de un museo con las vitrinas colmadas de zapatos de los judÃos asesinados en los campos de exterminio, mientras las limpiadoras dejan el cristal inmaculado, parece darnos a entender que hoy la historia (por muy dramático que haya sido el holocausto judÃo) se ha convertido en un artÃculo de consumo más, en un souvenir, como si la empatÃa, a veces, fuese imposible. Acudiendo en auxilio de los responsables de la solución final, un lenguaje que busca desnaturalizar y cosificar a las vÃctimas, pues ya no son personas, sino números, remesas, unidades que hay que ir procesando con precisión matemática.