12 hombres sin piedad (12 angry men) Sidney Lumet 1957

Cuando me preguntan por un clásico del cine, después de Casablanca, Lo que el viento se llevó y Ciudadano Kane, una de las películas que me suelen venir a la cabeza son estos 12 hombres sin piedad que tantas veces han sido tomados como referencia posteriormente.

Su director, Sidney Lumet, a pesar de tener amplia experiencia en televisión, debutó en el cine con esta obra maestra en la que se nos cuenta una historia en tiempo real, que transcurre en una sola habitación y que en muchas escuelas se estudia como ejemplo del comportamiento humano.

La historia es la de un jurado compuesto por 12 hombres. Llegamos a ella en el punto en que tienen que deliberar para declarar al acusado culpable o inocente. De primeras votan, con ganas de acabar cuanto antes, y todos menos uno lo encuentran culpable. La idea es que entre los 11 que lo consideran culpable convenzan al 12º de que llevan razón, pero será este el que poco a poco, haciendo uso de la lógica y el razonamiento, vaya sacando a relucir lo que ha ido sucediendo en el juicio y ponga en duda lo que los otros habían aceptado en un principio.

El título original de la película habla de «12 hombres enfadados», mucho más acorde con lo que sucede. Piedad, la verdad es que tienen de sobra, pero en el transcurso de su deliberación vemos como cada uno de ellos está enfadado por un motivo con el mundo y lo enfoca en el pobre chico acusado de matar a su padre. Desde el que tiene cosas mejores que hacer al que ha salido de ese mismo mundo miserable en el que vive. Del racista al que odia a su propio hijo. Así vamos viendo que cada uno tiene un motivo para mandar al chico a la silla eléctrica sin querer pensar mucho en ello y no encontrar sus propias miserias.

Es el jurado número 8 el que poco a poco va minando esos convencimientos y les va haciendo cambiar de opinión o al menos detenerse a pensar en porqué quieren declararlo culpable y si están siendo objetivos y sobre todo justos.

Es una película de diálogos, sin escenas de acción, pero con una tensión que se dispara desde el primer momento y con la dialéctica del protagonista, sobre todo, se mantiene durante la hora y media que dura.

Para los millenials ver una película en blanco y negro, que se desarrolla en un solo escenario y en la que están 12 hombres todo el rato hablando sin más, puede no resultar atractivo, pero está considerada entre las mejores películas de la historia. Está por ejemplo en el número 5 de IMDB, tiene un 97 en metacritic o un 100 en Rotten Tomatoes.

Desde luego está también entre las imprescindibles de juicios y de psicología, ya que bebe de ambas fuentes en cada minuto de su metraje. Expresiones como la «duda razonable» o la presunción de inocencia hacen presencia a menudo o los prejuicios raciales y sociales que hacen obrar de forma poco acertada a los miembros del jurado.

A pesar de estas características, no hay planos largos, ya que el énfasis en los diferentes discursos y reacciones de los personajes se consigue con primeros planos que se van cerrando según avanza la historia y los personajes están más desesperados. Por un lado por el calor que tienen que soportar en la sala, por otro por darse cuenta de sus errores iniciales y sobre todo por como van viendo que hay quien no da su brazo a torcer, lo que les pone de los nervios tanto como a los que se mantienen en sus 13 ver que el resto cambian de opinión. Los rostros esperanzados y distantes de los hombres del jurado contrastan según avanza la película cuando se vuelven sudorosos y cansados. La excelente fotografía contribuye a hacernos ver como todos se van desesperando según avanza el tiempo.

Ese miembro del jurado inconformista, luchador y pico de oro, está interpretado por Henry Fonda. Su interpretación, a pesar de compartir siempre pantalla en el resto de protagonistas, destaca ya que es el que lleva el peso de la historia. El jurado nº 3, Lee J. Cobb, el más obstinado y protestón también destaca llevando gran carga de la tensión que se desarrolla en la historia y siendo uno de los que más interviene.

Todos los personajes son estereotipos, pero, aunque esto pudiera ser algo negativo, resulta dar mucho juego en la historia y ver enfrentarse al típico hombre educado con el broncas, el tímido junto al egocéntrico, etc hace muy dinámico el desarrollo.

En resumen, una película/receta en la que Lumet pone como ingredientes a un comportamiento clásico de los que componen la sociedad, les encierra en una olla y les va subiendo la temperatura durante hora y media para acabar con un plato que es una auténtica delicatessen.

Nuestra puntuación

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