Los miserables, dirigida por Ladj Ly, premiada en Cannes (disponible en HBO) con un tratamiento casi documental, nos sitúa en el extrarradio de París, en barrios periféricos convertidos en polvorines. La actuación de un grupo policial, la BAC (Brigada de Lucha contra la Delincuencia), se sitúa al margen de la ley. Así, amedrentan, intimidan, golpean, con la autoridad que el uniforme creen otorgarle. En este grupo se incorpora un nuevo miembro, Ruiz, al que le cuelgan el apelativo de “Gomina”.En apenas veinticuatro horas, el nuevo tendrá ocasión de comprobar cómo están las cosas, el precario equilibrio en el que fuerzas muy violentas pugnan sin llegar a colisionar hasta ese momento. Los registros domiciliarios sin órdenes judiciales, el ensañamiento con los chiquillos, y una situación que se les va de las manos, supone el prendimiento de la mecha que puede hacer que todo estalle.El final de la película (con la novela República luminosa en mente) recurre a las palabras recogidas en la novela de Victor Hugo, en su novela Los miserables. no hay malas hierbas ni hombres malos, solo malos labradores.El punto de mira se fija en el labrador. Quien siembra vientos recoge tempestades recoge el dicho. Y no yerra.
El dramático final abierto (la película se crece cuando evita los subrayados) deja todo en suspenso. La situación no parece nada fácil de solucionar, cuando se trata de algo estructural, con raíces muy profundas. Aquello que vemos parece ser solo la punta del iceberg, o el cono del volcán, a tenor de los acontecimientos.